En una ironía arriesgada, Obama ha dicho en Florida que Trump «está celoso de la cobertura mediática del coronavirus». Solo el penúltimo presidente estadounidense puede permitirse este exabrupto de dudosa comicidad sin que le recuerden que se trata de una enfermedad que ha matado a cientos de miles de sus compatriotas. De hecho, los asistentes respondieron con una carcajada, todo vale para derrotar y derrocar al inquilino de la Casa Blanca.

De Obama se aprovechan hasta los sarcasmos. El genio de la comunicación estableció la verdad general de estos tiempos, aunque la circunscribiera a su odiado sucesor. «El poder está celoso de la cobertura mediática del coronavirus» aporta una descripción exacta de 2020 en todo el planeta. La pasión por las elecciones estadounidenses, por el dilema entre monarquía y república o por la conversión de Pablo Casado remite de inmediato ante el riesgo de que tosa el vecino de asiento. Este papel subordinado no se restringe a los gobernantes, alcanza a todos los mitos construidos por la sociedad contemporánea. Frente a un índice de contagios, devienen irrelevantes.

Obama bromea con la competición entre Trump y la Covid por dominar las portadas. Desde su jubilación dorada, puede permitirse el distanciamiento con la pérdida de protagonismo. Tras la desintegración del poder por un virus sin fronteras, sus propietarios añorarán incluso los tiempos en que les rodeaba el desprecio, ahora que solo suscitan indiferencia. De ahí que el presidente que se alimenta de la atención del público culpe a las «fake news» de concentrarse obsesivamente en la pandemia, relegando su egolatría a un segundo plano. Cuando su sucesor señala que la Casa Blanca «está agitando la bandera blanca de la rendición», se refiere indistintamente a la supremacía informativa alcanzada por el coronavirus y a los estragos sanitarios que causa.