El pleno rechaza una consulta popular sobre el Astoria, decía el titular de este periódico. Las consultas populares gustan mucho. Luego no se hacen. Los partidos las proponen como mantra, para tentar al que manda y éste teste o no el apoyo popular. No se hizo una sobre qué hacer en los terrenos de Repsol y una vez que pasó de moda el asunto se hará, más o menos, lo que el alcalde quiera. Unos pisacos con parterres y algún columpio. No es desafección al proyecto, es descripción. Las consultas populares son como los coches de caballo, bien, bueno, están ahí, nadie les hace mucho caso, nadie se opone firmemente a ellos como concepto pero luego si hacen falta no están a mano, no se encuentran en todos los sitios.

También se podría haber hecho una sobre metro o tranvía al Civil y recuerdo que se amagó, en las municipales de finales de los noventa, con una acerca del techo de edificabilidad de los edificios del actual Paseo Marítimo de Poniente, con el que ahora todos están tan contentos, viviendo ahí o paseando, dándose un baño o comiendo unos espetos. La consulta popular es recurso para cuando no se sabe muy bien qué hacer con algo. No sabemos qué hay bajo el Astoria hasta que no se excave del todo, ahí está la cuestión, y los restos, en que se excave, en que se deje hacer el trabajo a los expertos.

Pero los privados presionan e hiperventilan con la posibilidad de ver a la gente en la urna pidiendo qué se yo, que se haga un Carrefour, un gimnasio o un centro de interpretación de la alcachofa. En Cádiz han hecho una consulta sobre cómo renombrar el estadio Ramón de Carranza (prócer franquista) y ha salido ganador el cachondeo. Como si aquí hicieran una sobre Carlos Haya. Hay que eliminar los nombres franquistas del callejero pero ya nadie sabe quiénes fueron Carranza y Haya; son meros sonidos enraizados en el subconsciente.

En la consulta de Cádiz lo que han salido son nombres estrambóticos por todos sitios. Guasa. Abascal, Butragueño, y en ese plan. También es que conviene conocer a tus gobernados a la hora de someterlos a un estrés semejante, no vaya a ser que se lo tomen como una ocasión en la que desfogarse y reírse.