Llega esa hora en que la mañana muere y echa uno de menos aquellos aperitivos estivales frente al mar con el estimulante latigazo de un trago de cerveza fría pasando por el gaznate. Ese momento mágico que alguien interrumpía inquiriendo acerca de si íbamos a tomar el arroz con carabineros o unos boquerones con ensalada. Olor a sardinas.

El otoño es un balcón desde el que se ve el invierno pero que aún permite, si alzamos el cuello hacia atrás, vislumbrar lo que fue el verano. Y es ahora, con la casa fría, noviembre que se envalentona, con el reconfortante tacto de una camisa gruesa recién planchada y sentado delante del ordenador, cuando uno echa en falta esas risas de amigos, la levedad que proporciona ir en bermudas y camiseta y la algarabía de los bañistas. Tardes de hamaca y lectura infinita. Bola de helado con el café de media tarde. Ahora hay nubes y armarios que han cambiado de alma. Las reuniones y cónclaves de más de seis están prohibidas pero nos queda el recuerdo y la esperanza. Arrincona uno en el olvido, eso sí, la picajosidad del calor veraniego, la inelegancia de las chanclas, el vociferío de una madre que no encuentra a su hijo en la orilla, los programas horteras, la canción del verano y la gente que suda por encima de sus posibilidades. Nos gustaría escribir que penetra por la ventana el olor a castañas, en estos inicios de noviembre, pero lo que entra es un ruido de tráfico espeso y cansino de gente que circula no sé muy bien hacia dónde. Tal vez circulan buscando aparcamiento. Hay gente que se pasa media vida buscando aparcamiento y luego cuando lo encuentra se pasa la otra media explicando que lo ha encontrado.

Lo que tal vez encontremos, en uno de los abrigos que pronto sacaremos a la calle con nosotros, podría ser un billete de cinco euros, la tarjeta de visita de un prócer, una entrada de cine o un boleto para el metro. Nos recordarán vieja felicidad. Nos evocarán momentos de nuestra vida. Nos evocará también que no lo hemos llevado al tinte.

El otoño certifica que este tampoco fue el verano de nuestras vidas, pliega determinadas expectativas y abre interrogantes sobre el tramo final del año. Para recomponernos de esta añoranza del verano elucubramos sobre las posibilidades de esta estación, que trae cosecha de novedades editoriales, setas, vinos nuevos, dulce luz solar y mayor querencia al sofá. A esta hora habrá un potentado vaciando su piscina, un hamaquero desconsolado, un espetero dormido, unas olas que rompen para nadie. Ya se anuncian turrones y loterías mientras la radio proclama que algunas estanterías de los supermercados comienzan a vaciarse. No me manejo bien en el entretiempo.