Me cruzo con Mario Benedetti en el pasillo de mi casa y me comenta: «Lo extraño es que no sólo llueve afuera/ otra lluvia enigmática y sin agua/ nos toma de sorpresa/ y de sorpresa/ llueve en el corazón/ llueve en el alma», suscitándome el recuerdo, siempre imperecedero, de los ausentes con quienes percibí días borrascosos con aromas a tierra mojada; jornadas inclementes compartidas con la certidumbre -hoy perdida- que nos conceden los sueños, actualmente también olvidados a través de una mirada trémula ante este horizonte asolador, el cual nos invita a contemplar una atroz tormenta sanitaria, social y económica sin resquicios de sosiego. Pasó en Málaga la celebración de Todos los Fieles Difuntos entre una soleada mañana entreverada por la tristeza más cariacontecida de las últimas décadas, sin ocultar el alto nivel de desidia generada por la irresoluta inseguridad de las informaciones que nos alertan de una más que presunta próxima clausura.

El atrevimiento delictivo, incívico e insolidario revestido de insolencia de grupos radicales, zafios e irracionales que perturbaron la inquieta calma en el barrio de Huelin y en la plaza de la Marina con sus ominosas acciones, según el ministro de Sanidad tiene respuesta, él las atribuye a la «fatiga pandémica», otro concepto más a sumar a este pesaroso glosario de la Covid-19. Si los integrantes de estas camarillas de la sinrazón están desmotivados, apáticos y agotados mentalmente por las restricciones horarias en sus aquelarres de copas, debieran preguntar en su entorno cuál es el grado de desaliento y postración que padecen los 70.103 parados registrados que habitan en la capital de la Costa del Sol en este tiempo de penumbras. Se despide Benedetti advirtiéndome: «La lluvia está cansada de llover/ yo/cansado de verla en mi ventana/ es como si lavara las promesas/ y el goce de vivir y la esperanza». Hasta mañana, Mario.