Tomates, patatas, pimientos, guisantes, ajos y , ahora que estamos en temporada, calabazas. No lo echéis a la 'Thermomix' por favor, que os veo venir. Intento escribir un artículo de opinión para leer, no para comer. A propósito, las calabazas mejor enteras, sin el estropicio de los dientes, los ojos y la boca desdentada tras la cirugía del cúter del chino que tanto se estila por estas fechas. Materias primas de las de siempre, de las que me contaron que cultivaba mi bisabuelo en los bancales que miran al Guadalquivir. Tierras marrones y ocres a las que el arado sacaba la pulpa negra que era auténtica promesa bíblica bañada en ríos de leche y miel... Todo muy 'country', muy 'cool'. Qué idílico; ¿no? En las últimas décadas, el milagro de los peces y el pan se ha trasladado más al Sur -no hablo de 'La María' (léase cannabis)-: Málaga, Granada y los rincones tropicales de la vieja Europa; un trozo de paraíso ganado a los acantilados mediterráneos a base de pico, pala y fatigas, han aportado rarezas tropicales que son pulpa de oro entre los Pirineos y Los Urales. De eso me hablaba el otro día el bueno de Jesús encaramado en un cortijo de los picachos de Vélez.

Cómo no acordarse ya de paso de las granjas de animales criados 'al fresco'; con hierba, bellota o grano del bueno; espacios al aire libre donde los niños -hace una década, los de Madrid, nos contaban; ahora (más allá del arquetipo) son todos, hasta los hijos del paisano de Huércal; a eso hemos llegado- van a observar de donde sale la leche, qué come un caballo, cómo bala un cordero, cuánto pesa un huevo o cómo canta el gallo al que negamos diez veces antes del 13 de marzo. Hasta la explosión de abono líquido que sale del 'culo' de la gallina con su inconfundible 'chofffff' nos parece ahora letra para un buen tema de 'folk'.

Denostado por todos, arrinconado por muchos, olvidado por los gurús del cable, maltratado por la administración; ¿qué pasaba más allá del asfalto? ¿No era pasado? ¡Qué rudimento! ¡Eran tan básicos! Tan€ ¿rurales? Sí, esa es la palabra. ¿Os acordáis? Te ensucias, el barro no mola, tragas polvo, huele mal, mancha€ ¡Qué horror!, decían. Pues nada, ahora resulta que es 'guay' -menuda palabra; guay-. Es lo que tiene la revolución verde, aderezada con unos 'documentalillos' de cuatro 'milbillonarios' en chanclas y calzones oliendo peras salvajes en 'Tayikistán' o pisando deposiciones de 'Yak' en Mongolia.

Yo -y sin ánimo de hacer proselitismo, no vaya a parecer un postmoderno con camisa de cuadros de algodón, que no es lo mismo que franela- sigo siendo más o menos rural sin habérmelo propuesto porque no me quedó otra. Allí nací y allí vuelvo. En estas idas y venidas veo que lo único que no ha cambiado es la cara de los paisanos que siguen contando ovejas desde que empezó a emitir La 2. Por aquí siguen, flipando con las consecuencias del Covid y la subsiguiente 'desbandá' de 'urbanitas' que ha traído. Son casi los mismos a los que antes trataban como elementos de 'atrezzo' en medio del 'prao'. Ahora les llaman privilegiados «con una mirada de paz que sobrecoge»; comenta uno de Valencia en el Telediario.

¡Hay que ver la vuelta que ha dado el cuento! José, Cristóbal, Federico y Paco, que se criaron con la carta de ajuste; te explican con todo lujo de detalles cómo se llega al pueblo de al lado, por donde queda el carril que conduce a la fuente, la panadería del 'Nicolás', la carnicería de Juan, la revuelta enrevesada en la que debes frenar porque un día casi le cuesta el pellejo al hijo de 'la Dolores'. Siguen estando en Pontones, en El Burgo, en Cazalla de la Sierra, en Los Pedroches, Gor, Medina, Valverde o Chiclana.

Son los que hablaban con Machado, Delibes, Miguel Hernández, Brenan, Lorca y ahora, con mi querido Chris Stewart. Aún recuerdo el arranque de su primera conversación en 'El Valero'. Tuvimos algunas más, pero recuerdo esa. Decía el bueno de Chris: «Lo que más me impresionaba de La Alpujarra era ver los puñados de limones desparramados por el suelo, aquí y allá. Giraba el volante del Land Rover para no machacarlos. Un tío que, como yo, venía de Gran Bretaña, donde aquella fruta era tan cara, no podía soportarlo». En fin; muy cierto. Un auténtico lujo. Hace mucho que no le veo ni le llamo. Mal por mi parte. El ritmo de la vida, que a mí también me pone el flequillo como un ala delta, no tiene piedad con nadie. Lo cierto es que yo tampoco paro. El otro día, de vuelta a casa, después de mi charla con Jesús, el de Vélez, desde su mirador al océano de mangos, recordé todo esto. Lo valoré y en mi cabeza no paraba de resonar la frase de este hombre de mirada alegre, segura y vivaracha que, entregado a la tierra, comentaba: «Antes no nos quería nadie. Ahora, resulta que nos aplauden porque dicen que damos de comer a España. Bueno, yo no quiero que me aplaudan. No sé hacer otra cosa». Y yo añadiría: Como si fuera poco. Pues eso, lo dicho; la vida sigue igual. Sector Primario, le llaman. A ver si aprendemos.