Se nos ha vuelto cuántica la vida, si es que no lo era ya desde siempre pero quizás no nos habíamos dado cuenta del todo y solo unos cuantos, los pocos sabios que en mundo han sido, se habían percatado.

El "sólo sé que no se nada" de Sócrates se ha instalado en nuestras vidas y vamos al albur de lo que va dando la marea, la ventolera, lo que trae esa lluvia que ahora mismo, mientras escribo, azota la buganvilla y la ventana y me cuenta que viene de lejos, de mojar otras vidas iguales a la mía.

Es la única certeza esta mañana, en este momento en el que escribo, la lluvia y la incertidumbre. El principio de incertidumbre fue descubierto por Heisenberg en 1927 y vino a explicar que la incertidumbre es intrínseca y no puede desaparecer nunca, que si conocemos de forma muy precisa la posición de una partícula no podremos conocer de forma tan precisa su velocidad y viceversa, da igual lo bueno que sea nuestro aparato de medida o de lo que nos esforcemos en efectuar las mediciones.

Yo esto de Heisenberg nunca lo he entendido del todo, es hora ya de reconocerlo. Pero también he de reconocer que me he hundido miles de veces en la profundidad de una palabra y tampoco he sido capaz de desentrañar su arcano. Yo he ido al verbo "ser" y no he sabido volver de él con nada de provecho. Nunca he llegado a saber exactamente a qué me refiero cuando digo "soy", pero sé que cuando Paco Toronjo me espetó aquello de "todo el que dice yo soy es porque no tiene quien le diga tú eres", hablaba desde lo más profundo de la ontología.

Nos ha tocado vivir tiempos de incertidumbre. No sabemos que va a ser de nosotros, acorralados por la pandemia, la crisis económica, la guerra sin cuartel de los que mandan para seguir mandando. Y mientras, los otros, los nadie, nos preguntamos qué va a pasar mañana, pero no desde una perspectiva metafísica, sino desde la más simple inseguridad de si nos dejarán abrir la tienda, dar la clase, llevar al médico a la abuela, cenar con la familia en Nochebuena. La vida se nos ha instalado en la incertidumbre y ya ni la rutina está asegurada. Hemos descubierto que lo mismo que hay un tiempo dentro del tiempo, un silencio dentro del silencio, una tristeza dentro de la tristeza y un olvido dentro del olvido, hay una incertidumbre dentro de la incertidumbre que ha hecho que lo doméstico se haya vuelto precario, dudoso, inseguro. Con la crueldad que tiene a veces la vida, nos hemos cuenta de que sabemos muy poco, casi nada, y de que no hemos llegado a ese estado a través de la sabiduría socrática, sino a través del miedo.