Ha tiempo que sé que el adjetivo «malabares», referido a las habilidades de agilidad y destreza de algunos individuos, la lengua española lo importó de la lengua portuguesa y que esta lo había adoptado del hablar de sus navegantes, que a su vez lo habían adquirido en Malabar, una región costera al sur de India en la que sus habitantes de entonces gozaban de una reconocida fama por sus habilidades «malabaristas». Así que buscando el título para este artículo me he dicho ¿y por qué no...? Si manual identifica a las manos, y digital identifica a los dedos -desde cualquier punto de vista, no sea mal pensado, amable leyente, que la imaginación es extremadamente rápida para según qué cosas-, ¿por qué no abrirme camino en el artículo hoy a través de «palabral» referido a las palabras? Sea pues:

Palabral, así, corito, sin más prenda de vestir que su propia envoltura, es un superpalabro que tanto viene a hablarnos de una ingente cantidad de palabras, como de un espacio en el que las palabras anidan o pacen o descansan, o todo a la vez. Por extensión, Palabral, viene a hablarnos del lugar en que el personal elegido en las urnas parlamenta palabreando, o sea, el ágora en la que expone «diplomáticamente» sus puntos de vista y sus propuestas con el único y noble objetivo de zanjar diferencias y llegar a acuerdos por el bien de la ciudadanía -acabo de sufrir un vahído, quizá su origen sea el último punto y seguido de este párrafo-. Susto, oye...

-Con un palabral grande como el que vos tenés no acierto a comprender cómo no encontrás la rima, boludo. Tenés tantísimas donde elegir y son tan hermosas. Qué «bechas» que son.

-Mirás vos que lindas palabras florecen en este palabral.

-Señorías, prescindan de fruslerías. Esta presidencia les recuerda que este Palabral no es otra cosa que la casa del solemne acuerdo por la palabra. Sépase y, por favor, señorías, absténganse de trasgredir la dicacidad y, en su sentido literal, prescindan de la palabrada y el palabreo solo propios del partidismo mefítico.

Volviendo al título de este artículo, bendecir el palabro «palabral» y elevarlo con todos los honores a la categoría de palabra bendecida, abre un luengo recorrido. En un sentido, ¿por qué no instaurar los Juegos Palabrales, con carácter cuatrienal, como las legislaturas y los Juegos Olímpicos? En otro sentido, ¿por qué no asimilar «Juegos Palabrales» con los de la habilidad malabarista con las palabras?

En el primer sentido que expreso, ya me imagino al barón de Coubertin de turno aupado sobre la soberana tarima del Palabral, dando por inaugurados los primeros Juegos Palabrales de la era moderna, y declarándolos el vehículo de la unión, la colaboración y la superación pacíficas de los hombres por la palabra.

Solo imaginarme al barón de Coubertin de turno pidiendo al respetable acompañarlo en la máxima citius, altius, fortius, me emociona sobremanera. Citius, por lo que representaría la capacidad de actuar, con rapidez vertiginosa, sin demora ni condicionamientos ortopédicos. Altius, por cuanto nunca antes habría sido conocida una similar altura de miras en cada caso. Y, finalmente, fortius por la fortaleza de espíritu que permitiría demostrar que la sinergia y la concomitancia existen, y que el todo siempre es más que la suma de sus partes.

En el segundo sentido que he expresado, desde la unívoca necesidad del sapiens respecto de poseer y mantener una autoestima sana, no estaría mal ni de más reconocer su verbigracia, la del sapiens, con una expresión menos formal que la eubolia, que a algunos hasta les suena a patología con riesgo de muerte implícito.

A lo largo de la historia, las sucesivas inercias apresuradas nos han ido moviendo a la casilla equivocada. Tan es así que cotidianamente nos referimos a los que manejan bien el idioma como individuos/as que hablan bien, que es una rotunda manera de demostrar que los dicentes «hablamos» mal.

Nunca fue lo mismo hablar que decir. Hablar es una facultad del ser humano, decir es un cóctel de conocimiento y arte. Hablar no tiene nada que ver con la retórica, decir tiene todo que ver con ella, por su presencia o ausencia.

Mientras que escribimos no hablamos, pero sí decimos, y yo digo que apuesto por rendirle homenaje al bien decir reconociendo a los que lo ejercen como ilustres atletas de los Juegos Palabrales.