Hasta ahora, cuando tu abuelo, padre o persona de avanzada edad te hablaba de lo dura que había sido su vida, uno no alcanzaba a discernir hasta que punto las cosas podían ser tan difíciles. Ahora, con la catástrofe mundial bailando el hula hoop sobre nuestros cuellos, bien pudiéramos comenzar a echarle valor a las generaciones anteriores cuando se lamenten por lo precario de épocas pretéritas.

Lo de correr tras los grises, la represión política en la transición o la carestía, bien pudiera ser algo extraordinariamente grave. Pero claro, si a un señor -o señora- de cuarenta años le salen con esa cantinela, ésta no podría quedarse atrás si quisiera pues, en un puñado corto de años, somos varias las generaciones que hemos vivido -y convivido- en nuestra tierra con el terrorismo de ETA -a Dios gracias desaparecido-, el terrorismo islamista, la crisis financiera de 2008, la explosión de la burbuja inmobiliaria en Andalucía y una pandemia mundial con confinamiento en el hogar, racionamiento de los víveres y productos de primera necesidad en los supermercados y millones de muertos en todo el mundo. Y para más inri, tenemos dos Papas vivos a la vez. Una cosa rarísima.

Por lo tanto, si a partir de ahora un señor mayor nos quiere advertir de lo duro que era todo en su época, quizá podamos, al menos, mostrarle que nosotros tampoco es que estemos en nuestro mejor momento. Todo mal.

Estamos llegando a una situación de incertidumbre que aturde a cualquier ser humano con un mínimo de sentido de la responsabilidad. No tenemos herramientas emocionales para medir la repercusión de todo lo que estamos padeciendo. Hay ya quien apunta que, antes o después, todo esto nos acabará pasando factura en el plano psicológico. En mi caso, si Dios quiere, cuando me vaya a pasar factura emocional todo lo vivido, espero que me pille en un bar en Málaga, tomando un Tío Pepe fresquito. Y así, quieras que no, las penas son menos penas.

La cuestión es que, con la situación actual, seguimos teniendo el corazón en un puño. Málaga depende de algo que para muchos no es esencial. Pero claro, hay algo que no siempre se entiende y distingue y es la verificación de lo que es realmente esencial para cada uno.

Esta quimera dura y dolorosa para todos, la definía muy bien hace pocos días la diseñadora gráfica malagueña Andrea Luque, que afirmaba que, en el momento en el que una familia come y subsiste de una actividad, pasa a ser «actividad esencial». Y es esta definición la coincide a la perfección con lo que nos esta pasando en la capital del sur de Europa.

Es cierto que si fuéramos una capital de Baviera y cientos de factorías industriales emplearan a gran parte de la población, las cosas ahora estarían menos tensas pero no es el caso. Nuestra provincia vive del monocultivo turístico y en el momento en el que se detiene la maquinaria, todos nos quedamos sin pulso.

Se ahoga el hostelero, pierde el sueño el hotelero, se preocupa el abastecedor de los dos primeros y empieza a desmoronarse un listado de sectores auxiliares que tienen en el trajín de gente malacitano su fondo de inversión vital.

Y hay emprendimiento. Y sería injusto afirmar lo contrario pues esto no es Benidorm. Y la cultura y el nivel profesional de entornos como el de la publicidad, la comunicación, los eventos o la cultura hacen que Málaga esté superando con creces los estándares europeos o mundiales. O si no que le pregunten a Dani García -que es ejemplo perfecto-.

Pero hay algo que sí está sucediendo y que bien pudiera ser motivo de reflexión. Y es que Málaga, especialmente los que sostienen las empresas turísticas, tienen dos opciones ante esta situación durísima que vivimos: Esperar que pase el temporal o abrir nuevas vías.

La primera opción es quizá la más cómoda. Esta ciudad ha producido muchísimo dinero. A espuertas. Y el pulmón financiero de muchos -muchos- es lo suficientemente duro como para capear esta historia y salir medianamente airoso -ertes e icos mediante-. Pero hay otra opción, que es la de salvar los muebles pero también abrir nuevas vías de acción. No quedarse inmóviles ante los desafíos que nos acechan.

Hay partido que jugar. Y hace unas horas, veía en nuestra estupenda televisión municipal, Canal Málaga, un reportaje donde se contaba por primera vez que un grupo de personas malagueñas acababan de abrir una fábrica para la elaboración de mascarillas. Y era en la capital. Por cierto, a pocos metros de lo que fue Intelhorce y ahora es Mayoral. Y aunque sea algo menor para muchos, para otros -como este que firma- es esperanzador y necesario. Que sigamos apretando los dientes todos los días. Y que veamos cómo nuestro entorno también lucha.

La pelea es de todos con la vida y con salir a flote. Uno lo hará montando una fábrica de mascarillas, otro formándose para tener más vías laborales que la digna barra de un bar y algunos pondrán su empeño en resistir la embestida de la pandemia y no cerrar su pequeña empresa.

Cruzas mensajes o llamadas de alegría cuando te enteras que hay gente fabricando mascarillas -legales y homologadas- en Málaga. Es una buena noticia. Y lo cuentas durante el almuerzo. Y te alegras. Y en parte, te enorgulleces de que aquí haya movimiento en medio de tanta interrupción. Por eso, cuando ves a nuestro alcalde diciendo que trabaja ya en un corredor turístico seguro, no estás viendo a un loco ni a un irresponsable. Estás observando a alguien que procura que salgamos a flote. Como lo hacen desde Sevilla para cerrar los negocios justos. Y como lo hacen desde Madrid, para apurar al máximo la opción de volvernos a encerrar.

Málaga es la primera en el peligro de la libertad. Y también la primera en la valentía para resurgir de sus cenizas una y mil veces. Que la esperanza nunca se pierde. Y nuestra Esperanza perchelera no lo hizo. Y acabó saliendo a la luz de nuevo. Y fue gracias a gente honrada, valiente y trabajadora.

Queda menos para quitarnos la mascarilla. Pero hasta que ese momento llegue, procuraremos que la que llevemos puesta sea hecha aquí. Por nosotros. Entre todos.

Viva Málaga.