Investiga un juez español si Rusia ofreció o no diez mil soldados a las autoridades de Cataluña para ayudarles a emanciparse de España, una vez declarada la independencia. El magistrado que se encarga de tan grave asunto basa sus sospechas en una conversación telefónica interceptada a un hombre de confianza del entonces presidente Puigdemont, al que un grupo vinculado al Kremlin habría ofrecido, además, pagar toda la deuda de Cataluña. Estos rusos no dan puntada sin hilo. De Vladimir Putin, presidente que aún conserva la mirada glacial que tan útil debió de resultarle en sus tiempos de agente del KGB, puede esperarse cualquier cosa. Se le atribuyen toda clase de maldades, incluyendo el despliegue de un ejército de agitadores cibernéticos que habría influido en la anterior elección de Donald Trump, por citar un caso famoso. Probablemente eso puso en guardia al juez de Barcelona, que concede cierta verosimilitud al asunto de los diez mil soldados rusos. De haber aceptado Puigdemont la oferta -cosa que, por fortuna, no hizo- tal vez los acontecimientos «habrían sido trágicos» al desencadenar, quizá, «un conflicto armado con el Estado», según reflexiona en su auto judicial. Como la diplomacia ya no es lo que era, la embajada de Rusia se ha tomado a broma el asunto. Lejos de pedir explicaciones por los conductos habituales, se ha limitado a precisar en un tuit que la información publicada en los periódicos es incompleta. «Le falta añadir dos ceros al número de soldados», que de este modo pasarían a ser un millón. Ya entregados al cachondeo, los diplomáticos añaden que falta «lo más impactante de toda esta conspiración». «Las tropas», se dice en el tuit, «deberían ser transportadas por aviones Mosca y Chato, ensamblados en Cataluña durante la Guerra Civil y escondidos en un lugar seguro de la sierra catalana hasta recibir a través de estas publicaciones la orden de actuar». Es de alabar la ironía a la que recurre un cuerpo diplomático habitualmente tan serio y formal como el ruso, aunque corra el riesgo de que algunos se lo tomen al pie de la letra. Nada hay de nuevo, en todo caso. «Rusia es culpable», sentenció hace ya ochenta años Ramón Serrano Súñer, entonces ministro de Franco. El cuñado del dictador pronunció la frase ante una multitud entusiasta justo al día siguiente de que los ejércitos de Hitler invadiesen la URSS, allá por junio de 1941. Cargaba así sobre las espaldas de Stalin la culpa de haber desatado la guerra en España, de lo que se infiere que, entonces como ahora, los rusos no paran de meterse en nuestros asuntos. Aquel «Rusia es culpable» fue utilizado después como lema por el régimen de Franco para reclutar a los voluntarios que formaron la División Azul, unidad militar española encuadrada en el Ejército nazi. Por esas vueltas que da la Historia, la operación policial para desmontar el supuesto compadreo entre Rusia y los independentistas fue bautizada con el nombre de Volhov: una batalla de la II Guerra Mundial en la que participó la División Azul. Ocho décadas después, felizmente, los rusos se toman estas cosas con humor. Con lo serio que parece Putin.