Iba a escribir una reseña de ´La nueva masculinidad de siempre´, ensayo sobre el capitalismo, el deseo y las falofobias escrito por Antonio J. Rodríguez, pero no soy capaz. Empecé a leer el libro con entusiasmo porque siempre me interesa saber lo que alguien piensa sobre la masculinidad y el feminismo y sobre cualquier estructura vertical social, política o económica. La cosa es que Rodríguez lo intenta de buena fe, estoy segura, pero se propone abarcar mucho y la lectora se va enredando entre los muchos hilos que no parecen estar bien atados y se pierde. Hay ideas y frases en este ensayo variopinto que están clarísimas y estupendamente articuladas: identifica el feminismo (o los feminismos) como el movimiento de más calado en nuestra sociedad; también ratifica la promiscuidad del capitalismo que no discrimina a nadie siempre y cuando pueda seguir vendiendo lo que sea a quien sea. Pero a veces se mete en consideraciones francamente discutibles, como cuando afirma que lo contrario al lujo es el voto de pobreza (108) o cuando responde a su propia pregunta «¿Puedo emocionarme con la obra de un artista cuyos actos sabemos que han destruido las libertades de un tercero?» con que «en nuestra solidaridad y empatía hacia las víctimas, eso no es posible» (168). Estos asertos se merecen algún comentario: el voto de pobreza es algo escogido por alguien que, de hecho, tiene la opción; la mayoría de los pobres no lo son por elección propia. En cuanto a las emociones que pueda suscitar una obra de arte, sea quien sea el artista, haya llevado la vida que haya sido y hayan sido sus intenciones las que fuesen, no creo que se puedan controlar ni desde la obra de arte misma ni con una censura por bienintencionada y protectora que pueda parecer. El autor ha leído mucho, sus fuentes dan fe de ello. Hasta cierto punto se parece a Slavoj ?i?ek en el discurrir de sus ideas, pero lleva una carga personal y afectiva más cercana a la creatividad literaria que al discurso filosófico-político del profesor esloveno. Sigo interesada en los temas que quiere tratar Rodríguez aunque no crea que llegue a entender nunca lo que quiere decir cuando afirma que «mientras los hombres no seamos capaces de besar otro falo, el machismo no desaparecerá» (22). Solo me gustaría que lo hiciera (tratar los temas, no besar otro falo) con un poco más de orden y claridad, y que se alejara de las slippery slopes (le encantan los anglicismos) que ya he mencionado.