El avance en la tramitación actual de la petrotorre portuaria que se está llevando a cabo por el Puerto y la Gerencia de Urbanismo viene a colación de un supuesto proyecto hotelero. Demostré sobradamente en mi alegación en el trámite de información pública de hace año y medio, la evidente inviabilidad económica y financiera del mismo. Incluso sin tener en cuenta numerosas incógnitas sobre el costo del mismo, con documentadas infravaloraciones relacionadas con la cimentación que aparecían en el propio informe técnico correspondiente.

Ahora se añaden los graves problemas detectados en el dique de defensa del muelle de Levante, evidentes a simple vista en el farallón aunque invisibles en los cajones sumergidos que lo sustentan, cuya importancia debería conocerse por su indudable trascendencia. Hoy miércoles, «el Puerto encarga a la ingeniería estatal Ineco la solución a los daños del dique de Levante». ¿Cuál es el alcance técnico y financiero de dichos daños? Se dice que el problema reside en la deficiente calidad del cemento empleado en su construcción, lo que está a la vista en el espaldón. Pero si eso es al exterior, ¿en qué situación están los cajones de cemento armado permanentemente sumergidos que constituyen el dique? ¿Alguien puede garantizar que, tras su reparación cuya importancia y cuantía se desconoce, esos daños no se van a reproducir a medio plazo? ¿Alguien puede garantizar que la mole de 135 metros del rascacielos no va a afectar a las estructuras ya dañadas del dique de levante? ¿No es un aviso a navegantes las decenas de millones de euros que tuvo que gastar el Puerto de Barcelona para reforzar el muelle donde se construyó el Hotel Vela a pie de playa?

Y el rascacielos hotelero se proyecta levantar mar adentro, a veinticuatro metros de separación de esos cajones cuyos daños se desconocen. ¿Estamos locos? ¿No hay nadie que ponga fin a este disparate? ¿Tan ciega es la codicia? ¿Tan soberbia la administración?

¿No hay nadie con mando por ahí que entierre de una vez por todas este malhadado proyecto, símbolo de épocas pretéritas de corrupción urbanística al que parecen querer volver algunos, y devuelva la racionalidad portuaria a esta ciudad? ¿Había que aprovechar este momento de obligada distracción para dar esos pasos administrativos, cuando los malagueños estamos muy preocupados y ajenos a todo lo que no sea nuestra salud y la crisis económica y social? Si no es mala fe lo parece.

¿No ha cambiado nada en este año y medio de silencio a las alegaciones presentadas en la información pública del proyecto? Hagamos una breve síntesis.

En primer lugar el inmediato futuro no va a ser el mismo, ya no lo es. Cambiarán muchas cosas: el modo de vivir, de trabajar, de desplazarnos, el cómo y el dónde hacer turismo y sus características, etc. La Covid-19 está transformando profundamente a la sociedad. Hemos dejado de ser invulnerables y tomado conciencia de la inseguridad de la vida. Y aunque se la doblegue pronto, no son pocos los científicos que, avalados por los importantes cambios ambientales que el calentamiento global está engendrando, auguran nuevas e inevitables pandemias a medio plazo. Entre otras razones a consecuencia de la fusión de los hielos árticos en Siberia y Canadá que también afectarán al nivel del mar. La conciencia medieval de vulnerabilidad sanitaria se ha instalado ya en el mundo desarrollado y eso ha transformado el futuro.

Porque, la globalización genera efectos contradictorios, entre los más nocivos quizá lo más relevante sea la facilidad, el sigilo y la inmediatez con que las enfermedades se pueden transmitir vía aérea por toda la humanidad. Lo estamos sufriendo. El que el turismo y el transporte aéreo estén siendo los sectores más afectados a escala mundial evidencia que también serán los que más tendrán que adaptarse en el futuro. ¿Cómo?

Asimismo se ha constatado que la civilización urbana vigente, con grandes concentraciones de personas en las metrópolis, con inevitables y dilatados desplazamientos cotidianos de millones de individuos, es el modelo ideal para facilitar exponencialmente la expansión de las pandemias y dificultar la lucha contra ellas. Las noticias del cambio de residencia de muchos ciudadanos desde esas gigantescas urbes a zonas rurales o a sus casas vacacionales lejos de aquéllas, donde pueden seguir trabajando vía telemática o, simplemente buscan huir a un entorno más seguro, junto con el crecimiento de los empadronamientos en pueblos pequeños, son la punta de lanza de esa nueva civilización que los avances tecnológicos alumbran. El miedo a las pandemias se ha instalado ya en nuestra sociedad y tendrá importantes consecuencias.

Pero no sólo se cuestiona el modelo urbanístico sino también el arquitectónico. Los grandes edificios y rascacielos que concentran a muchas personas en viviendas, oficinas o habitaciones hoteleras están empezando a ser muy cuestionados. No son pocas las investigaciones prospectivas cuyas conclusiones se resumen en que quien se lo pueda permitir, huirá de las grandes ciudades, es decir de las grandes densidades de población y, por consiguiente, de hoteles grandes con elevada densidad de clientes, más aún en los hoteles en vertical, en rascacielos. ¿Dónde quedan las recomendaciones de todos los organismos internacionales en pro de la sostenibilidad de las ciudades? Lo que nadie puede negar es que la desconcentración de la población, los hábitats dispersos, favorecen la lucha contra las pandemias que ya sabemos constituye el mayor peligro para el turismo. Y muy probablemente la demanda turística se va a «desglobalizar» a consecuencia también de la lucha contra el cambio climático y contra el tráfico aéreo, señalado como uno de las mayores causantes de las emisiones de CO2.

Por consiguiente, cuando especialistas y científicos de todo el mundo debaten sobre la ordenación futura del territorio, y sobre la propia planificación urbana y arquitectónica de las ciudades para garantizar su sostenibilidad y reducir la vulnerabilidad de las actuales concentraciones urbanas, industriales y turísticas, aquí todavía se sigue adelante con el proyecto de rascacielos hotelero que va contra corriente y, lo que es peor, contra los intereses presentes y el inmediato futuro de Málaga.

Un proyecto de hotel cuya rentabilidad no existe como ya demostré con los propios datos presentados a la administración; que, consecuentemente, -en mi opinión- oculta en fraude de ley una compleja operación inmobiliaria. Un proyecto del que sus iniciales promotores han desaparecido, que simplemente es un negocio para unos pocos en contra de los intereses generales de la ciudadanía, y que arruinará la imagen de nuestra ciudad amenazando el aura de modernidad cultural en la que tanto hemos invertido y seguimos invirtiendo.

Y todo ello por mor de un rascacielos, cuya pretendida modernidad era ya vieja el siglo pasado, y cuyo modelo arquitectónico de hotel de lujo carece de futuro. Un proyecto más ruinoso como hotel, si cabe, en las circunstancias actuales y del futuro inmediato. Por lo cual se refuerza lo que he expuesto repetidas veces en las páginas de este periódico: que se trata de un ilegal proyecto inmobiliario cuya «atractividad» residencial también se ha resentido por todo lo expuesto, por lo que, incluso como negocio inmobiliario, también puede llegar a ser ruinoso. ¿Quién pagará el pato?

Lo dicho: «Sostenella y no enmendalla». ¿Hasta cuándo?