El instinto de preservación de la especie nos hace adoptar determinados comportamientos que, de forma natural, se convierten en rituales con el paseo del tiempo. En una sociedad arboricida como la nuestra, en muchos casos la única sombra disponible en la calle es la arrojada sobre la acera por la fachada de las viviendas; en una fría mañana de enero, nuestro cuerpo demandará cruzar a la acera calentada por el sol y huir de la acera umbría, mientras que una tórrida tarde de agosto buscaremos algo de amparo en la sombra protectora de la fachada orientada al norte. Sin embargo, y a partir de ahora, los habitantes de la calle cuyo eje hace de límite entre Mijas y Fuengirola habrán de someter esos dictados de sus instintos primarios al tamiz de la razón; una razón que llega impuesta en la forma de cierre perimetral de los municipios y bajo la amenaza de multas en caso de incumplimiento. Una razón que, en este caso particular, es sinrazón: menos de cinco metros separan los umbrales de las casas de la divisoria intermunicipal, menos de diez de la casa de enfrente. Si bien la Policía Local de ambos núcleos urbanos ha anunciado una aplicación laxa del régimen sancionador, el gobierno autonómico mantiene las restricciones de movilidad entre ambos. De modo que ya sabes: tú a Mijas; y yo, a Fuengirola. Cada uno, a su acera; cada mochuelo, a su olivo. A ver si se le va a dar la razón a cierto alcalde costasoleño del que se dice que, en un arrebato de irracionalidad carpetovetónica, se habría negado obcecadamente a urbanizar la parte que le correspondía de unos viales que en la mitad benalmadense ya estaban terminados, condenándolos a la desconexión. Eso sí; gracias a él, los habitantes de Arroyo de la Miel y El Pinillo se han librado del dilema de sus vecinos occidentales.