Paradójico es que numerosos columnistas y encuestadores que fallan más que una escopeta de feria den por liquidado al partido Ciudadanos mientras Podemos, Esquerra Republicana y otros centran su estrategia en arrinconarlo. El objetivo es que Ciudadanos no forme parte de la mayoría que apoya a Pedro Sánchez en su previsible éxito de aprobar los Presupuestos del Estado. Llamativo es que sus voces más ásperas se echen al monte en una cacería contra Inés Arrimadas, a la que se suman furtivos, sin licencia parlamentaria, que proceden de su partido, como Girauta, Marcos de Quinto y hasta Albert Rivera. «Si se pierde la dignidad, ya no se recupera», dijo Rivera, dinamita verbal precedida de su divertido estribillo de «yo me fui de la política para no volver». Casi un bolero.

Lo que está sucediendo solo se entiende por una superposición de partidas políticas. La principal es que se aprueben los Presupuestos. En menos de 20 días lo sabremos. Con ese dato, se volverá a cierta normalidad. España tendrá opción de recibir fondos europeos y se garantiza la estabilidad de la legislatura. Los Presupuestos del 21 los podrá prorrogar Sánchez el 22, si no llegan otros, y plantarse en elecciones el 23. La derecha no tendrá opciones hasta entonces y por eso arremete contra estos Presupuestos sin aportar un solo número, solo disparando adjetivos (gobierno socialcomunista, etc). Se entiende la frustración.

Pero debajo de esa batalla principal se juegan otras partidas, principalmente el proyecto de liquidar a Ciudadanos, el partido maltrecho que heredó Inés Arrimadas y que desata la codicia ajena. En las ultimas elecciones obtuvo solo un millón y medio de votos porque las ensoñaciones de Rivera por convertirse en líder de la derecha por encima de Casado lo llevaron a perder más de dos y medio, lo que supuso un retroceso de 47 diputados. Pero ese millón y medio residual de sufragios le arreglaría las cuentas a Pablo Casado; con su desaparición le daría más calidad de vida a Esquerra y a independentistas varios; y aportaría a Podemos seguridad de permanencia en el Gobierno. Lo expresó con claridad meridiana Gabriel Rufián desde la tribuna azuzando a Podemos contra Arrimadas: «Tengan en cuenta que si Ciudadanos se recupera, y se pone en 30 o 35 escaños, el PSOE podrá elegir entre ustedes y ellos». Por eso Pablo Iglesias llegó por su cuenta a un acuerdo para sumar a Bildu a la mayoría que apoyará los Presupuestos, aunque sus votos no sean necesarios. Todo por entorpecer la presencia de Ciudadanos en ese bloque. Y soltó a Echenique a morder el tobillo de Arrimadas con la sutileza verbal que gasta. Solo la ministra María Jesús Montero amparó desde la tribuna a la líder de Ciudadanos, que no se arrugó por las diatribas de Echenique: «Si no se suben los impuestos es porque nosotros lo hemos negociado así.(...) Y ahora que decida Sánchez sus alianzas: o la moderación económica, o la radicalidad y el caciquismo nacionalista».

Es un mal trago. Lo de Bildu y la supresión del castellano como lengua vehicular en Cataluña -eso se juega en la pista paralela de la Ley Celáa de Educación- solivianta a una parte del PSOE. Fernández Vara dice que irá «a por antivomitivos a la farmacia». García Page afirma que «Podemos marca la agenda del Gobierno» y Alfonso Guerra encabeza un manifiesto. Parto difícil.