Lunes. Me insisten tanto que veo el primer episodio de Gambito de damas. Serie. Primer capítulo. A ver si mejora. Pongo el Canal 24 Horas y veo a una chica que estaba también en un programa matinal y en uno de tarde de otra cadena. El tertulianismo es un viento que igual viene y se va. Tal vez por eso hay que aprovechar. Pero qué trajín. Cuánto ir y venir en un solo día. Me paso a mis queridos reportajes sobre alienígenas de esos canales que quedan en todo lo alto del dial. Están entre nosotros, dice el presentador con los pelos muy erizados y voz de locutor de madrugada. Miro al pasillo oscuro.

Martes. Cuando al fin veo la pegatina de la ITV en mi coche siento algo parecido a lo que ha de experimentar quien alcanza un doctorado o una licenciatura en Químicas. Meses de trámites y aplazamientos. La burocracia era esto. Y encima, hoy, el acojone inaplazable de desplazarme a otro municipio. Imagino fronteras, controles y aduanas a la entrada de Málaga, con un policía seriote que me interroga. Sin embargo, en el trayecto, lo más emocionante que me ocurre es oír en la radio que un restaurante de mi zona lleva mariscadas a domicilio.

Miércoles. Le han dado a Luis Mateo Díez el Premio Nacional de las Letras que concede el Ministerio de Cultura. 40.000 trompos. En primero de carrera, hace ya demasiado, tuvimos que leer ‘Las estaciones provinciales’, que ahora, según el Diario de León, va a ser reeditada. Me produjo una grata impresión aquella historia, leída como tantos otros volúmenes, a ratos en el metro, en el jardín de la facultad, descapullando botellines de cerveza; en aquel piso de Alonso Cano por cuyas ventanas se veía la esperanza, el cielo velazqueño y un trocito de Chamberí. Siempre me imaginaba a Mateo Díez yendo a la Puerta del Sol muy serio, allí era funcionario, y marchando luego a un bonito y luminoso piso a escribir toda la tarde para una minoría avisada. Ahora tal vez posea una casa ajardinada en el Bierzo, desde donde se conecte al mundo con su folio en blanco. Hubo un tiempo en el que a Mateo Díez, a Julio Llamazares y a otros tantos les ponían siempre en las reseñas el apellido leonés, el escritor leonés tal y el escritor leonés cual. No se hacía con, qué se yo, el escritor onubense o vizcaíno. León daba muchos escritores. La época daba muchos críticos que adjetivaban como leones.

Jueves. No sé de qué podría yo hablar con un concejal especializado en presupuestos. Sin embargo, Carlos Conde y un servidor nos pegamos de charla, creo que amena para el espectador, 24 minutos. En 7 TV. Se me queda en el tintero una pregunta sobre si le gustaría ser alcalde, aunque sé la respuesta y también sé la que daría el alcalde a eso. O ya dio. Conde O'Donell viene documentado, risueño, de elegante sport y barbado; tras la interviú se va a una reunión con vecinos protestones. Pienso en mi buena fortuna: yo me voy en cambio a almorzar una ensalada mediterránea y un pollo al curry con arroz. Un poema de postre. A mi territorio íntimo. La columna sin escribir. Me telefonea un amigo. Estoy parco por somnoliento. O no. Pienso como dijo el otro día Enrique García Máiquez en Twitter: tantas cosas que me callo cuando estoy con gente para poderlas meter luego en el artículo.

Viernes. Canal Sur. Hablar por televisión sobre Manuel Chaves Nogales. Joder, a lo mejor me gusta este oficio.