La democracia no solo nos ha arrebatado la perspectiva de pasar cuatro años más con Donald Trump, los vientos de cambio se llevan también a Melania Trump. Dicen por ahí que la primera dama en funciones ya ha empezado a mover los papeles del divorcio. No sé. Para ser una persona atrapada en un matrimonio de conveniencia se ha fajado más de lo necesario en la campaña electoral de su esposo: cuatro discursos en solitario que pueden parecer poco para cualquiera con sangre en las venas, pero resultan un exceso para una mujer cuyo máximo esfuerzo en todo el mandato ha consistido en remodelar los jardines de la Casa Blanca. «Cuando los revoltosos y saqueadores quemaban nuestras ciudades y destruían pequeños negocios que pertenecen a familias trabajadoras y proporcionan empleos a nuestras comunidades, ¿dónde estaban los demócratas?», se preguntaba la exmodelo eslovena sobre las protestas por los asesinatos policiales racistas en su último discurso en solitario, en Carolina del Norte, un día antes de la convocatoria a urnas. Un argumentario calcado del de su media naranja, y lo mismo en lo que respecta a la pandemia. «Los demócratas, junto con los medios de comunicación, han intentado hacer del covid-19 el tema con mayor carga política, polarización y división de la última década», aseguró sobre una enfermedad que tanto ella como su hijo y su marido han superado, tras recibir los pertinentes cuidados médicos.

No voy a añorar a Donald Trump («La posibilidad de que Hitler lograra sus objetivos hubiera disminuido si la gente hubiera estado armada». «El calentamiento global es un invento creado por China para que la economía estadounidense no sea competitiva»), pero tampoco a Melania Trump, que ha apuntalado con su halo de esfinge al presidente que una vez dijo «las mujeres son cerdas, gordas y muy perras. Sin duda, son animales desagradables». Porque la Casa Blanca puede tener un inquilino negro, octogenario o una mujer negra y joven que llegue de rebote, pero no un soltero. La soltería es el último techo de cristal hoy día. Un mandatario que cena solo delante de la tele está bien para comedias románticas tipo Love Actually, pero en los EEUU de Trump es un perdedor. «Creo que la única diferencia entre los otros candidatos y yo es que soy más honesto y mis mujeres son más bonitas», dijo el líder saliente. Ahora llega Jill Biden, que es doctora en Educación y profesora en una universidad pública y cuyo aspecto físico nos trae al pairo.

No me caía bien Melania, con esa cara de estar oliendo algo muy desagradable. Con los tacones de aguja mientras se dirigía a una ciudad devastada por un huracán, la cazadora con el lema «Realmente no me importa, ¿y a ti?» al visitar un centro de niños separados de sus padres en la frontera mexicana, y su pastón en ropa y complementos para ir a votar por el muñidor de la herencia de su vástago. Sé que tiene una legión de fans por hacerle constantes desplantes a su marido, quitándole la mano o rechazando compartir paraguas, momentazos que humanizaron al zafio consorte. Los terraplanistas sostienen que había una doble que la suplantaba en los saraos a los que se negaba a asistir. Si es así, espero que ni una ni otra inicien su propia carrera política en plan Hillary Clinton, sería terrible reencontrarnos con Donald de Primer Caballero.