La inteligencia es la capacidad de adaptarse a las situaciones nuevas. Así que en mi grupo favorito de whatsapp, poblado por gente listísima, han decidido adaptarse: a las once, de cañas. Yo a esa hora estoy aún con el segundo o tercer café. Estoy incluso atontao. Tanto, que empleo frases del tipo «yo hasta que no tomo café no soy persona», que es una frase sin duda de gente que no es persona nunca o de gente a la que la vida le lleva años dando descafeinado y no se entera. Los nuevos horarios no están cambiando los hábitos, los están adelantando. Si te vas de cañas a las once, tienes un estado eufórico amistoso importante, qué sé yo, a la una o dos de la tarde, hora de almorzar. Para las seis, que cierran los garitos, ya está la peña paseada, sabadeada o domingueada. El sábado pasado lo comprobé: la ciudad se dio al tardeo. La nueva sobremesa es a las tres, hora en la que antes te sentabas a comer. No sabemos si cuando todos los tardistas o tarderos también llamados vespertinos, llegan a casa también adelantan los horarios, cenan a las ocho, se quedan dormidos viendo la serie a las nueve y se acuestan a las diez. Lo malo es que se pierden First Date, o una parte. Está por ver que se levanten antes, que no veo yo un ambientazo por la calle a las siete de la mañana, aunque ya he dicho que hasta bien avanzada la mañana no soy, o sea, cabal, equilibrado, decente, productivo. Personaje. Podría cambiar de café. O de amigos. O de grupo de whatsapp. Implicarme más en el que se dice que vamos a morir todos. O en el que todo es sexo. Tal vez en el que propugnan no vacunarse o en ese del colegio en el que llevan programando una quedada desde hace un año, que no va a ser posible y si lo es será a hora temprana. Lo mismo proponen una jornada de convivencia con una cita a las seis de la mañana para tomar café. Y para las ocho ya estamos todos hechos personas y abriendo botes de aceitunas y latas de cerveza. De momento me voy a echar una siesta, que ya va siendo deshora.