Aquella mañana, al doblar la esquina de mi calle, sonó un teléfono. Creí que era el mío, pero lo saqué del bolsillo y permanecía mudo. Presté atención y advertí que el sonido procedía de una papelera que se encontraba a medio metro. En efecto, al asomarme, vi una pantalla encendida. Metí la mano con aprensión, rescaté el trasto de entre la basura y respondí:- ¿Hola?

-El jueves -me dijeron-, a la once, en la boca del metro de Manuel Becerra. Lleva un clavel rojo en la solapa. Y borra las huellas del móvil antes de dejarlo donde estaba.

Colgaron sin que me diera tiempo a decir que se trataba de un error, de modo que limpié con un pañuelo de papel, por si acaso, el aparato y lo devolví a la papelera.

Estuve el martes y el miércoles dándole vueltas al asunto. La llamada tenía evidentemente un carácter como de ilegalidad, pero no era demostrable. Por otra parte, la tarde del martes, me acerqué de nuevo a la papelera, pero el móvil ya no estaba. No podía ir a la policía con esa historia sin que me tomaran por loco.

La noche del miércoles al jueves no dormí de pura excitación. No sabía si acudir o no a la cita. El sentido común me decía que no, pero la curiosidad ganó a los puntos al sentido común. Me levanté pronto y fui a comprar a la floristería del mercado un clavel rojo, que me puse en la solapa. Luego cogí un autobús que me dejaba justo en la plaza de Manuel Becerra. Llegué un cuarto de hora antes y anduve dando vueltas por los alrededores con la impresión de haberme convertido en un espía o algo así.

A las once en punto me apoyé en la barandilla de la boca del metro fingiendo leer un periódico. En seguida, se acercó una mujer de unos cuarenta años con una blusa roja y unos guantes de látex, que me entregó un sobre grande.

-Toma -dijo-. Recibirás la siguiente llamada en un móvil de la papelera número 42 a la hora de siempre y en el día de la semana habitual.

La mujer desapareció en las profundidades del metro y yo volví a casa, donde al abrir el paquete descubrí que contenía cinco mil euros. Ignoro quiénes sois, pero sabed que ya me los he gastado. La pena es ignorar dónde se encuentra la papelera 42.