Llegó la palabra para decir aquello que no se dice con las palabras que se utilizan, palabras que son cáscaras de otras palabras que vienen dentro, como serpientes escondiendo el veneno en su baile por el suelo, palabras envoltorio que regalan odio, palabras que les van pelando la razón y el cerebro a los que encuentran el aplauso en cada cada cosa que van diciendo, como un perro tras el premio con su presa en la boca, agitan sus manos en el discurso como alegres colas, lanzan palabras como arpones para pescar en las profundidades del silencio lo que todos callan y se alzan valientes porque creen que nadie más se atreve, nada saben de los siglos que tejieron la mordaza con el hilo de la sensatez y la destreza del que aprendió del miedo, palabras que tiran de las costuras de lo indecible con la fuerza irresponsable que gobierna su volatilidad, palabras que agarran del cuello, palabras que desgarran.

Llegó la palabra para no decirnos nada los que hablan, como risa enlatada ante lo que no hace gracia, suenan fonemas reconocibles que no encuentran su significado en la intención del discurso, palabras forzadas, palabras enseñando músculo, aplastando al que no escucha, enderezando a los que atienden. Palabras vacías llenando los huecos del raciocinio y una vez dentro devorando los conceptos hasta dejarlo todo en lo huesos de la lógica, sin argumentos, caen los sentimientos a plomo y se desploma la calma, palabras que agitan, palabras mantra que se repiten hasta la hipnosis y convencen sin necesidad de ser convincentes. Llegó la palabra sonriente que amenaza, el dulce vocablo que amarga, la fonética de lo impronunciable, el ruido que se callaba dentro sale a la calle, palabras martillo, palabras cincel desbastando la calma, esculpiendo la ira con rabia, lanzadas como piedras. Llegó la palabra que nos retira la palabra y nadie dice nada.