José María llegó al dique de Levante, como hacía dos veces por semana, y preparó sus aparejos en el mismo lugar de siempre. Desde que le habían prejubilado, la lectura y la pesca, por este orden, eran sus ocupaciones favoritas, y acompañar a su mujer, si no tenía más remedio, al supermercado.

Minutos después llegó Arturo, se quitó los auriculares con los que escuchaba la radio y saludó a su amigo de capturas. Él tenía algunos años más pero su jovialidad los disimulaba.

  • Siempre llegas unos minutos antes que yo. ¿Te has enterado de que ya tiene, prácticamente, luz verde el hotel, la torre, que va ahí?, y señaló, extendido su brazo derecho, que también sostenía la caña de fibra.
  • Será el icono de la ciudad, mira que cualquier cosa en Málaga genera polémica.
  • En todas partes pasa igual, lo que sucede es que nosotros hablamos de aquí.
  • Bueno, ¿y sabes la historia del hormigón del dique?, ¿crees que algún día conoceremos todo?
  • Pues no sé, son tiempos oscuros y la verdad desaparece por el horizonte.

La pareja ya tenía sus anzuelos sumergidos a la espera de que algún incauto submarino picara. Continuó José María diciéndole a su compañero que algunos amigos se habían ido antes de tiempo, «y son una parte de España irrecuperable», concluyó. No tenían más remedio cada vez que se veían que pasar revista a la maldita enfermedad con unos rápidos comentarios que eran progresivamente menos originales de lo manidos que estaban; después, volvían a otros asuntos, no se sabe si más gozosos porque «la situación está que arde», ¿has visto que le han dado el cuartel de Loyola, en San Sebastián, al PNV para que el Ayuntamiento construya pisos?, cuarteles por votos, no te digo...

  • Pues con dos o tres presupuestos como estos nos quedamos en paños menores. Estamos viviendo una época de gran intensidad, por eso hay cosas que ya no quiero recordar.
  • El otro día alguien comentaba en una tertulia un consejo que le daba Maquiavelo a unos pacifistas de su época, que había que decir que está mal hablar mal del mal, con lo que se favorece a los malos, ¿no te parece?
  • Desde luego. Hasta ahora habíamos tenido al enemigo enfrente, o escondido, pero que los enemigos del Estado estén dentro, esto es nuevo. Mira a Iglesias y el ex etarra.
  • Les han abierto la puerta del castillo los que habían llegado antes.

En ese momento, un pescado tiraba con fuerza del nylon, sumergiendo unos centímetros la boya en el agua. Arturo expresaba su alegría.

  • ¡Mira, mira...! Era un zafío, que otros conocen como congrio, parecido a la morena, su carne es muy sabrosa pero su aspecto...
  • Rosa lo prepara con tomates secos y unas guindillas y queda de escándalo.

El pescado aún se movía en el morral que Arturo tenía en el suelo. Ahora, José María quería estrenarse también con alguna pieza, ¿quizá jureles?

  • Hoy nada ha cambiado, pero todo es distinto. ¿Estás siguiendo lo de las pensiones? El ministro dice que en tres meses tiene su propuesta. A mi me da miedo que toquen lo que me he ganado honradamente durante más de cuarenta años trabajando.
  • Pero a nosotros no creo que nos disparen, será a los nuevos del club.
  • Espera y verás. Necesitan pasta, ahora más que nunca.

Uno de los temas preferidos de conversación era la política, y los restaurantes, porque José María era un probado gourmet, su último descubrimiento en Málaga había sido La Casería, de Jacobo, y quedó muy satisfecho. En cambio, a su mujer, no sabía muy bien por qué, no le gustó del todo, y así se lo dijo a Arturo, que le contestó filosófico y riéndose:

  • No creo que exista nadie a quien queramos que dé poco trabajo, sea fácil de conservar y, encima, no te ocasione algún disgusto...

José María también se rio y... ¡bingo!, estaban tirando con fuerza del sedal intentando la presa alcanzar más profundidad.

  • Te lo dije, te lo dije...

Dos minutos después tenía encima de aquel gigantesco paralepípedo de cemento una impresionante chopa que boqueaba mientras se le iba la vida a borbotones. Gaspar Núñez de Arce había escrito en La pesca:

¡Cuántas veces sentado entu ribera,

¡oh mar! como si oyera

la abrumadora voz de lo

infinito,

ha despertado en la

conciencia mía

honda melancolía,

tu atronador,

tu interminable grito!