Las postrimerías de este incierto noviembre, como la inminente amanecida del diciembre más raro de la historia reciente, se antojan ebrias de lluvia. Los paraguas han heredado el aire despistado y el rictus maquillado de cambio climático con el que el cielo había hecho acto de presencia en la recta final del otoño. En el epílogo de la undécima entrega de un calendario que, a estas alturas del despiadado 2020, es incapaz de identificar la estación en la que nos encontramos.

Bajo el manto distorsionado que impone la imprevisible pandemia, siempre es invierno. Ahora hace frío hasta en las jornadas atípicas en las que brilla el sol en el horizonte. Hace ya unos cuantos meses que, a diario, llueve sobre mojado. Por desgracia, no escampa. La actualidad escuece y hace daño sin que sea necesario apretar el botón que enciende la canción triste del telediario. La vida duele cuando se siente cercano el sufrimiento de personas a las que uno quiere de verdad y les profesa un cariño infinito allá dónde estén: en Teba, en Cuevas del Becerro o en la falda de Sierra Morena.

Como decía al principio, llueve ahí fuera. Tras los ventanales se despeña una tromba de agua que dibuja sobre el asfalto una vía de escape para huir de la tenebrosa realidad. La tormenta es la excusa para transportarse a otros mundos y, por ejemplo, invocar la poesía empapada que atraviesa el monográfico que Litoral le dedicó, hace un lustro, al líquido elemento. En sus páginas, flotan las nubes de Rafael Pérez Estrada y «el pesador de lluvias vigila la pureza de la melancolía» mientras «el otoño ya roza la ventana». Ángel González le canta a su amada: «No; la lluvia no te moja: te resbala». O «la lluvia desfigura el rostro de la tarde» ante la mirada de José Manuel Caballero Bonald. Rabiosamente actual se sugiere también, como si fuese el afilado regreso atemporal que emprende un bumerán, la oda a los paraguas del donostiarra Karmelo C. Irribarren: «Esa es la diferencia: / los taxis son como ciertos amigos, / nunca están cuando más los necesitas. / Los paraguas, en cambio, mueren por ti».