El hotel estaba mermado de clientes. El innombrable animálculo le había dado un repaso. Calculo que un uno por ciento de memoria era bastante para manejar el planning de reservas. El personal era exiguo. Los ambientes del hall, la biblioteca, los dos bares de copas, el snack-bar y el restaurante, todos juntos y/o por separado, eran equiparables al silencio aislado propios de la pecera de los estudios de grabación. La profesionalidad de la disminuida plantilla evitaba que el sentimiento individual de catástrofe colectiva se percibiera. Lo curioso era que aun siendo pocos, cuando uno decidía pedir otro café, alguno aparecía, como de la nada. Era como si todos leyeran mi pensamiento.

Embebido en la lectura no reparé cuándo los dos primeros personajes de este relato se instalaron a mis espaldas. Parecían ser dos damas, aunque una de las dos voces perceptibles era indefinible. A mi entender era más que evidente que no bisbiseaban, sino que el aterciopelado tono de voz de ambas y sus modulados decibelios obedecían a una exquisita educación, tan bien adquirida como ejercitada. Admito que no acierto a comprender qué fue lo que llamó mi atención, pero confieso que, primero, intentando identificar su impecable acento y, después, procurando seguir el hilo de sus relatos, me olvidé de la lectura. Mi interés primero fue declaradamente cotilla, pero, en mi defensa, arguyo que la altura del tema de conversación justificó mi progresivo interés.

Hasta que logré situarme pasaron tres cafés y dos digestivo. Después, una vez cogido el hilo, soy incapaz de recordar cuantos fueron los espirituosos. Las damas, a mi entender hablaban de tribus perfectamente conocidas por ambas que se habían quedado vacías como consecuencia de abandonos en masa de sus pobladores. Con un leguaje complejo, la una y la otra hablaban de espacios vaciados por la concurrencia de unas determinadas circunstancias que no explicaban. El que la «aferencia» y la «eferencia» salieran a la palestra manejadas con la soltura que lo hacían fue para mí la primera pista fetén.

-Estas damas deben ser psicólogas o neurólogas - me dije.

A partir de ahí todo empezó a tomar cuerpo. Lo que hasta ese momento yo había interpretado como tribus humanas cuando ellas mencionaban «exitadoras», «moduladoras», «piramidales», etc., en realidad ahora parecían ser tipos neuronales. Para verificarlo fingí ir a desbeber y así a la vuelta las tendría de cara y podría verlas, pero mi gozo en un pozo: cuando volví habían desaparecido.

Con la intención de averiguar cosas, en lugar de a mi sitio me dirigí a la barra, para preguntarle a Jaime, el barman, que como buen barman todo lo sabe, pero hete aquí que al pasar por mi sitio volví a escuchar sus voces, las de ambas. Ene ese preciso momento, Jaime, que me observaba en la distancia y que debió ver mi cara de sorpresa, llamó sutilmente mi atención para que me acercara a él.

-No se esfuerce, no podrá verlas. Además de yo mismo, usted es el único que las ha escuchado. Nadie, ni entre el personal ni entre los clientes las escucha. Se trata dos neuronas que llevan una semana repantigadas en ese sofá, haciendo autoterapia para superar la decisión individual de cada una de abandonar sus deberes neurológicos. Y continuó, lo que no he logrado averiguar es de qué cerebro han desertado, pero sí les he escuchado decir que antes de desertar solo eran tres neuronas, o sea, que al cerebro del que se trate ya solo le queda una. Pobre criatura, me dije.

Antes de acercarme a mi mesa a recoger mi chaqueta y mi teléfono me propuse hacerlo sin fisgar, pero no pude evitar oír «mucho presidente, mucho presidente, pero pocas luces, tú». Y sin nosotras dos, aun menos.

Tratándose de dos neuronas, de un hotel de Murcia, de un presidente y de pocas luces, lo deduje inmediatamente.

Qué necesidad tuvo y tiene don José Luis Mendoza de nadar en el charco sin fondo de la estupidez gratuita, especialmente, pretendiendo adoctrinar con tono sobrado sobre las fuerzas oscuras del anticristo y sobre el malicioso «chis» de Bill Gates, ese servidor de Satanás.

En fin, que entre la legía del trumpiano presidente saliente de los EEUU y los zumos de limón de don José Luis a las neuronas del respetable les quedan dos telediarios...

A Málaga, mejor que la UCAM no venga. No sea que...

¿O sí?