Sanidad pide prudencia después de las aglomeraciones que se han visto esta semana en grandes ciudades como Málaga, Madrid o Barcelona. Mucho pide Sanidad. Para lo que a veces da. Cataluña se apresta a aprobar que sean diez los comensales en las fiestas navideñas. Diez en las reuniones en domicilios y restaurantes. Seguramente acabará siendo la medida en toda España. Diez. Falta uno para un equipo de fútbol. Con diez, las discusiones pueden quedar en empate y ahí ve uno más la necesidad del número impar. Sólo diez. Jesús y los apóstoles tendrían que dejarse fuera gente. A Judas, entre otros. Es lo suyo. Diciembre se nos mete en el calendario, la gente se echa a la calle y los ayuntamiento iluminan las ciudades con luces que el personal contempla encendidas cuando hay luz diurna y que a partir de las siete u ocho de la tarde brillan para nadie. El virus puede ser el regalo que más se lleve estas navidades. Un regalo que hacemos o nos hacen la mayor parte de las veces de manera involuntaria, si bien todos sabemos que si nos quedamos en casa o no penetramos en interiores mal ventilados estaremos a salvo. No a salvo, quizás, del aburrimiento, pero sí a salvo del Covid asesino. Las multinacionales corren para ver quién es la primera en sacar (y comercializar) el antídoto y nosotros corremos a rezarles a esas multinacionales para que sean todavía más rápidas y para verano, no todos calvos, y sí vacunados. En esas cavilaciones se nos van pasando las jornadas que antes eran muy parecidas unas a otras y ahora son con luces. No por eso se nos ilumina más el pensamiento. Ahora viene el puente. Pero no tenemos río que cruzar. Hay que contenerse y tener en cuenta como salvoconducto para el ánimo que si somos buenos y la curva se doblega, quizás podremos socializar algo más en el tramo final del año. Otra curva, la de la felicidad, vulgo barriga, puede desmandarse sin embargo. Mucho tiempo en casa. Y mazapanes al alcance.