A ciertas alturas de la edad y habiendo vivido de cerca años bélicos ya en la primera infancia, tiempos espinosos en la adolescente posguerra, experiencias espeluznantes en Vasconia y una movida profesión en media España, uno creía haberlo conocido casi todo y merecer el esperable sosiego de cierta edad con su tradicional jubilación. Es decir, vida sencilla, paseos, lecturas, tertulia de viejos amigos y buenos alimentos. La sorprendente realidad actual nos exige en cambio considerar que aún a los mayores nos quedaba por vivir un tiempo diferente lleno de sorpresas, problemas y peligros. Sobre todo, desagradables novedades que nos inquietan y requieren confinamientos, mascarillas e incertidumbres ante un enemigo difuso que no sabemos dónde ni cómo ni cuándo nos puede atacar porque no estamos ni siquiera a verlas venir que se dice porque no las vemos. No es eso lo peor pues la gente normal, a la que uno pertenece, mantiene con toda lógica sus arraigadas convicciones de siempre y no es partidaria de que quienes mandan, aprovechando la pandemia, nos cambien las reglas de juego y traten de organizar la vida de modo muy diferente con aliados de todo pelaje e ignoradas perspectivas. La verdad es que pintan bastos con quienes tan arbitrariamente ejercen ahora el poder, conchabados además con nuestros tradicionales enemigos de España y herederos de tiempos tan alterados como los que a algunos, como he dicho, nos tocó vivir de cerca tras la muerte de Franco. Sin duda nos esperan sorpresas, aparte de las vividas, en relación con los claros propósitos de demolición de una España tradicional y unida. A la que, por cierto, se desvirtuará también con la triunfante nueva regulación legal de la enseñanza por esa ley Celaá que claramente rebaja exigencias y objetivos hasta la misma indulgencia de títulos con suspensos. Cómico sería si no fuera trágico el propósito de la ministra de marginar el idioma español en España. Como lo es su disparatada filosofía de que los hijos no son de sus padres sino de la colectividad. Triunfa pues la rara ideología de una izquierda complaciente hasta con antisistemas y pasados terrorismos. Frente a esto, y mucho más, se cuenta con una derecha partida llena de personalismos y que no se quiere unir. Un retorno a la caverna. Más que audacia, en la izquierda y la derecha falta sentido común.