Que me lo escriban... Se lo hicieron a un expresidente del que no vamos a decir su nombre; lo popularizó una conocida presentadora que ahora es ´prime time´ a esa hora ´tonta´ de las nueve y media de la mañana -días laborales- en la que o estás malo o en cuarentena preventiva o acaban de hacerte un ERTE y estás completamente ido o, si no es ninguna de estas opciones, es que tienes un problema, para que nos vamos a engañar... Con ella se cayó la venda y como el formato funcionó, una vez pasados los sonrojos, el pudor de la autoría fingida y las vergüenzas ajenas, la cosa se viralizó -buen palabro- sin límites de espacio ni tiempo. Ocurrió entonces que la industria editorial, cuando más pomposo el sello mejor, inundó el mercado de ´óperas primas´ con matices biográficos compactadas en toneladas de papel tan huecas como las paredes de pladur de mi piso de VPO de extrarradio. Escribir un libro pasó a ser el inconfesable vicio de ´celebrities´ marca España que, al caso, vienen a ser lo mismo que sus homólogas anglosajonas, pero con un toque algo más Vallecano.

Descubrimos aquello de ´tener un negro´ que ponga letra a tu música, aunque sólo sea cuarto y mitad de reaggeton -Dios me libre de cualquier sesgo racional, pues yo mismo he sido rojo, morado, blanco, verde y negro sin que hasta el momento se me hayan caído los anillos, que peor es ´cavar olivos´ como dicen por Jaén-. Eran los inicios, al menos conocidos para el público general -como luego pasó con las tarjetas Black-, de ese fenómeno de ´comprar´ la creatividad del prójimo para ponerle tu cara y lucrarte con ello. Menudo invento ¡Ríete tú de la rueda! Pero no nos engañemos, la vida ya estaba llena de negros blancos y blancos negros; una experiencia orgásmica de empobrecimiento mental o relumbrón de postureo que la masificación de letras y el discurso de garrafón de la ´Red de Redes´ ha convertido en norma en el día a día de la sociedad del des-conocimiento de la ´tontuna´.

En los albores de este siglo -queda mucho más ´cool´ así que hablar de ´hace 20 años´- un ejercicio de copia/pega era un acto de fealdad tan censurable como negar el saludo a un primo hermano o no darle un beso a tu abuela a la vuelta de las vacaciones de Navidad. Se admitía hacérselo a uno mismo siempre que hubiera prisas, poca capacidad inventiva y muchas ganas por concluir el trabajo ante un cierre de edición que ponía el tintineo del pie derecho a mil por hora bajo la mesa de escritorio. Aún así había que montar el fingido teatro de que no quedaba otro remedio, pero sabíais que, al día siguiente y frente a la máquina del café de euro con toque de ´aguachirri´, el compañero te iba a mirar con cara de desaprobación y gesto de acusación onanista.

Pues bien, todo aquel romanticismo creativo se lo llevó el viento, la moral argumental se ha degradado hasta caer tan bajo como los infiernos de Dante y las palabras o expresiones plagio, ´copieteo´, apropiarse de la palabra ajena, tomar prestado y otras peores que no diremos porque este es un artículo serio, han mutado hacía giros gramaticales mucho más ajustados a la laxa ética de estos tiempos de doctorados a la carta que se expiden a dueños de casas repletas de billetes del color de la bandera de Málaga -verde y morado con toque de euro-. Corren tiempos muy ´soft´ de finas sensibilidades y palabras sin rombos. Se estilan las frases hechas del tipo replicar, servir de inspiración, continuar con el discurso, transformar un poco ´tus´ palabras, ´darle una pequeña vuelta´... Todo entrañable.

Esta sociedad facilona ha transformado el panhelénico en diccionario balompédico -con todos mis respetos a Maradona, que ya era astro antes del miércoles-... Es lo que tiene internet y la comodidad de un sofá. Todo se encuentra al alcance de un ´click´ y la autoría es una anécdota. Nos inspiramos con pantallas de 15 pulgadas, ratones inalámbricos y teclados retroiluminados. Antes al menos había que mover el culo a la hemeroteca y coger un cacho de aquí y un trozo de allá para perpetrar el ´copy-paste´. En ese pasado no tan remoto había hasta que tener imaginación para copiar en los exámenes o fusilar trabajos. Ya ni eso. Ahora se copia casi sin intención. Lo hacemos con la misma soltura con la que perpetramos los comentarios en Instagram. Los ´negros´ amanuenses son una reliquia del imaginario colectivo. Los libros se piratean con ´ebooks´ y la señora del quinto ha cambiado las novelones de amor por el morbo de neón de First Date. El otro día en la web oficial de la BBC leí que acababan de publicar un estudio científico que asegura que los ´nativos digitales´ son menos inteligentes que sus padres y eso que a la mayoría de ellos ni los conocemos -a los padres me refiero, a los niños sí porque tienen cara de tablet-. Malos tiempos para la lírica; pero lo que da mucha pena es que son aún peores para la imaginación y el arte en un país donde el hecho creativo es la antesala del hambre. Pues nada, lo que viene es peor. Os dejo€ En unos días me hago un corta-pega y ya tengo columna. A disfrutar.