De mis tiempos como presidente del Consejo Social de la Universidad de Málaga guardo imborrables momentos. Uno de ellos era cuando había que seleccionar entre muchas propuestas las mejores centradas en la investigación, primeros pasos para llegar al concurso anual que el Foro de los Consejos Sociales de las Universidades Públicas de Andalucía convocaban bajo el epígrafe de Inviertelab. Quedaba siempre sorprendido por la capacidad de hacer realidad una de las premisas básicas de las universidades públicas cual es la investigación y la transferencia de conocimiento. Ahora que ya es fiebre las reiteradas peticiones para montar universidades privadas aquí en Málaga, en Andalucía y por toda la geografía española, con ayuntamientos especialmente dadivosos como el de Málaga, presidido por Francisco de la Torre (PP), habría que preguntarse cuántos de estos proyectos tienen entre sus planes y estrategias docentes dos objetivos irrenunciables como son la investigación y hacer del conocimiento palanca reconocible para transformar la sociedad o, por el contrario, se limitarán a ser expendedurías de títulos. La universidad privada es un negocio y como tal se plantea y debe ser de gran calado su cuenta de resultados cuando, por ejemplo, en Madrid funcionan 12 privadas, el doble de las públicas. Madrid, paraíso neoliberal, es mal ejemplo a seguir.

Hay motivos más que suficientes para creer en nuestras universidades públicas. Lo demuestran a diario y ahora en tiempo de pandemia coincidido con el rector de la Universidad de Jaén cuando afirma la demostrada capacidad de responder a un problema tan grave como es el Covid estando convencido de que se saldrá del problema con unas universidades más solventes. El rector de Málaga, José Ángel Narváez, tiene dicho que la UMA, a todos su niveles, dio lo mejor para responder a unas exigencias y problemas no previstos. Sorprendentemente, la respuesta dada por las universidades a la pandemia apenas si ha merecido algunas referencias y no siempre positivas. Las universidades públicas andaluzas parecen abandonadas de la mano de quienes nos gobiernan.

Es el momento de acentuar el apoyo a las universidades públicas y al hilo de la reflexión que en voz alta viene haciendo el rector Narváez se necesita y con urgencia diseñar un plan estratégico capaz de fijar cómo será la universidad en años venideros, al menos hasta el año 2050 como señala Narváez. Sin este plan estratégico acompañado de suficientes recursos seguiremos siendo dependientes e incapaces de dar respuesta positiva cuando la sociedad se vea aquejada por esta y otras pandemias por venir. Desgraciadamente, los hechos nos dicen lo contrario. Resulta cuanto menos sorprendente que en el previsto plan de recuperación las Universidades estén en segundo plano, sin ser escuchadas en su demanda y con un ministro, todo hay que decirlo, que parece vivir en el limbo. Ya es llamativo que haya tenido que ser que un grupo de periodistas, liderados por Mamen Mendizabal, quienes hayan iniciado una recogida de firmas para que la investigación tenga los recursos que nos equiparen a Europa. Sería sorprendente, pero deseable, que el PP, Cs y Vox, que han llenado las plazas de mesas petitorias para luchar contra la nueva Ley de Educación, cambiaran el chip, ya sé que es mucho pedir, y lo hicieran a favor de la Universidad pública. En los últimos tiempos nunca escuché a político alguno, sea del signo que fuere, reflexionar sobre la Universidad y su futuro; perdón, en Andalucía sí se habló, pero de recortar su presupuesto.

Por todo ello, uno siempre tiene la ocasión de alegrarse, y no porque naciera optimista por naturaleza, sino al constatar cómo en la Universidad de Málaga, de recursos para la investigación tan menguados, algunos de sus trabajos hayan merecido saltar a medios de referencia nacionales como El País y La Vanguardia, por ejemplo, al dar cuenta del simulador de atmósferas para buscar rastros de vida en Marte. Pero esto no es más que una muestra cuando recuerdo el excelente trabajo investigador del centro de oncología que dirige el dr. Alba, favorecido y apoyado por la Fundación General de la Universidad de Málaga (FGUMA) que tiene demostrada palpable sensibilidad por la investigación

El Ministerio de Universidades se propone regular las exigencias mínimas de calidad docente e investigadora para poder ofrecer títulos, fijando condiciones más exigentes para crear una nueva universidad y a las que ya funcionan tendrán cinco años para adaptarse. Este y no otro es el camino si queremos tener una enseñanza universitaria competitiva, capaz de estar entre las primeras del ranking Shanghái. Dar licencias de apertura a voleo puede tener consecuencias muy graves. Como ha escrito El País la función de la universidad «no puede limitarse a impartir docencia por excelente que esta sea».

Quien me sustituye en la presidencia social de la UMA, el doctor Antonio Urda, en entrevista en este periódico resaltaba que entre sus objetivos estaba favorecer la eficiencia y la innovación en la UMA. Este es el camino y no otro, como de forma reiterada ha expresado el rector don José Ángel Narváez, quejoso, una vez más, de llevar lustros, con gobiernos de todo signo, con la manifiesta incapacidad para diseñar un plan estratégico para las universidades públicas de Andalucía y sin él no puede haber un modelo de financiación. El rector Narváez una vez más levanta la voz, con rigor y objetivable en sus planteamientos, para denunciar el escaso interés para diseñar el futuro de las universidades públicas. No creo faltar al sigilo y discreción que se le supone a un consejero si afirmo que siéndolo de la Fundación General de la Universidad de Málaga (FGUMA) siempre nos movimos en el terreno de la eficiencia, en dar valor a los escasos recursos, supliendo esta escasez con el esfuerzo del equipo que dirige Diego J. Vera, director gerente de la FGUMA, fundación que está siendo ejemplo para otras universidades que pretenden tener un instrumento como el de la UMA, eficaz y capaz de responder a las exigencias de la comunidad universitaria y de la sociedad a la que sirve. Pude comprobar esta eficiencia cuando tuve la ocasión de empaparme del papel investigador de la UMA, conocer por dentro el Rayo Verde, incubador de ideas y proyectos, excelente realidad de la que sentirse orgullosos.