Un matrimonio amigo me invitó a cenar y a los postres les dije que su casa no respiraba bien. Les hizo gracia porque no habían percibido los ahogos de la vivienda, pese a que eran perfectamente audibles si prestabas un poco de atención, incluso si no prestabas ninguna. Dios mío, jadeaba el sumidero del lavabo del cuarto de baño y el de la pila de la cocina, y los grifos exhalaban también quejidos de desesperación. Todos los sanitarios gemían por los orificios por los que normalmente respiran. Suspiraban asimismo los ojos de las cerraduras y los radiadores de la calefacción, sollozaban los quemadores del gas y gruñía el perro, que pertenecía a una de esas razas con fatiga crónica. No había forma de concentrarse en el plato de jamón ni en la copa de vino ¿Cómo vivir en una casa que jadea?, ¿cómo en una a la que le duelen las puertas o cría legañas en el marco de las ventanas?

Me empezaron a molestar los oídos.

La verdad es que no es fácil encontrar una casa que esté bien de salud, sobre todo de salud mental. La que no tiene ataques de ansiedad tiene trastornos de carácter. Recuerdo ahora que la de mi padre sufría de alucinaciones, pues creía que mi madre seguía viva a los dos meses de su fallecimiento. Se comportaba como si todavía la ocupara una pareja de ancianos en vez de un viudo inconsolable. Se da el caso de viviendas que han matado a familias enteras, con hijos adolescentes y recién nacidos. Visité una hace poco y ya en el pasillo me di cuenta de que era una casa asesina.

Asesina.

Volví sobre mis pasos antes de alcanzar las habitaciones del fondo que daban, según me informó la agente inmobiliaria, a un patio interior estrecho y herido como un pozo. La vendedora me dijo que la causa del ´accidente´, había sido un calentador de gas antiguo.

Lo mejor es vivir en casas neutras, sin alma. El alma la pone el inquilino y debería llevársela al irse. Si no lo hace, mal asunto. Al principio no notas nada porque esa es la característica de las almas, que son inodoras e insípidas. Pero con el paso del tiempo dejan en las paredes una escritura como de caracol que uno se empeña en descifrar. Ya ahí empieza lo malo.