Enhorabuena! Lo consiguió. Hace dos años y tres meses le dirigí una carta abierta en la que terminaba expresando mi ferviente deseo de no verle nunca al frente del gobierno de España. Lamentablemente me he equivocado porque me temía lo que está Vd. haciendo y cómo. Porque, más allá de las formas siempre importantes, su comportamiento político evidencia que no conoce Vd. la palabra dignidad. María Moliner la define como la cualidad y actitud de las personas por la que son sensibles a las ofensas, a los desprecios, humillaciones o faltas de consideración y no las toleran.

Ciertamente la ambición es condición necesaria para cualquier político. La vocación de servicio público debería serlo también y no un simple medio más o menos honrado para ganarse la vida. Pero nunca se puede perder la dignidad en su ejercicio pues su carencia, es decir la indignidad que supone aceptar ofensas, desprecios y humillaciones, nos alcanza a los estupefactos españoles. Para más inri, la firma de su colaboración en materializarlos para colmar sus ansias de grandeza, se agrava por la representación que ostenta cualquier político que las tolere, en su caso como presidente del Gobierno, máxime cuando afecta a quienes encarnan el estado y representan a toda España.

Pues si grave es esta indignidad suya y sus consecuencias, no es menor la que recae sobre los parlamentarios -llamados socialistas- que van a compartir esa indignidad haciendo partícipe de tal oprobio a lo que antaño fue el PSOE, que lo destruirá. ¿Saben Vds., parlamentarios socialistas, que nos representan a todos los españoles y no a su partido? ¿Son conscientes de que, al margen del grave riesgo político que comparten, están colaborando en la pérdida de la dignidad de todas las instituciones fundamentales del Estado, llegando incluso a la máxima magistratura del Estado? ¿Es ésta la manera de defender la Constitución que Vds. han jurado recientemente?

El pueblo español les pedirá cuentas, en su momento, a Vd. y a sus parlamentarios. Sólo me resta desear que pronto ocupe Vd. política y definitivamente su lugar en la historia de España, donde sin duda ha desbancado ya al rey felón, como el más indigno de sus gobernantes.