«Los medios de comunicación podemos cambiar el mundo", me digo. Solo una frase, tan solo una palabra bastará para sanarnos, una palabra capaz de generar una gran ola que lo transforme todo. Un presentador de la tele sustituye en su crónica diaria la palabra "nuevos pobres" por "nuevos necesitados" y, entonces, esa noticia escala a otro nivel, asciende a los cielos y se convierte en un acto revolucionario, inédito, fantástico... Alguna vez tendremos que hablar sobre los medios de comunicación, su valor real y su actuación fatal dentro de esta obra que es la maldita pandemia: hablemos sobre abanicos o pistolas.

En medio de esta tormenta perfecta, ahogados de incertidumbre, miedo y pena, ahora más que nunca, se exige un periodismo responsable que ofrezca información verídica y contrastada a través de un diálogo sincero entre la ciencia, la política y la sociedad. Colocar las palabras en su sitio, insistir, no desistir, comprobar, contar la historia tal y como es, no alejarse de los lectores, ni casarse con nadie. Manuel Alcántara, maestro, me lo dijo en una comida: "un palo a uno, y la semana siguiente a los otros, Roberto". Escribo en mi cuaderno azul, pensando en Alcántara y en esta columna, palabras sueltas como lectores, historia, diálogo, y sospecho que no estamos alcanzando el nivel y que estamos perdiendo esta partida.

Una sensación extraña sobrevuela las redacciones de todo el mundo. "Nos alejamos de los lectores", me dice un amigo redactor de un periódico malagueño. El último estudio del CIS, sostiene que empeora la valoración de la ciudadanía sobre la prensa. Juan Luis Valenzuela, maestro de la tribu, me pasa otro estudio: "los lectores creen que los medios de comunicación no aportan ya información interesante sobre la COVID-19", dice. La rutina informativa está debilitando el pico de confianza que los medios de comunicación ganamos en el inicio de la pandemia. Podríamos llamar a esta dinámica, fatiga pandémica.

Todos perdemos con esta crisis y también los medios, el periodismo ausente de referentes y publicidad. Tras los primeros meses, el público se está cansando de la información que recibe, repetitiva, superficial, alarmista en ocasiones, como en el Carrusel Deportivo que conecta -minuto y resultado- con las ciudades y los países tras el dato de los fallecidos como goles, como penaltis, como tarjetas rojas... Y así, los jóvenes siguen ajenos a la movida con la cabeza metida en sus redes y los mayores, casi todos los demás, seguimos quedándonos en el titular, en el tweet, en la nada...

"Nos alejamos de los lectores", apunto en mi cuaderno azul y sigo con la columna. Una imagen abarrotada de Larios y una cuestión de perspectiva y cierta manipulación. Si todos nos quedamos con una imagen, solo con un fotograma, en el que parece que se amontona la gente pensaremos que la gente se amontona. Rodolfo Walsh hablaba de la máquina de escribir como una herramienta, y puntualizaba: según cómo la utilices, "es un abanico o es una pistola". También lo apunto y sigo dando vueltas a las vueltas.

¿Un abanico o una pistola? Así llegamos a este momento exacto de la historia, en el que el tiempo empieza a correr demasiado, para demostrar que el periodismo debe ser un bien de interés general, un correcto servicio público y un necesario contrapoder. La prensa entendida como un elemento capaz de contribuir a la creación de audiencias críticas y bien (in) formadas, que evite la polarización y la agitación que dominan las redes sociales. Pero para ello es preciso mantener -y, en su caso, recuperar- la confianza de los lectores, de las audiencias, alzar la mirada y reflexionar sobre lo nuestro.

Otro colega, al preguntarle sobre esta derivada nuestra, me dice "perro no come perro" pero yo insisto y sigo con estas líneas. Estamos fallando a la hora de contar esta historia. Intentamos explicar el mundo y apenas lo entendemos. Ansiamos responder cuestiones y no acertamos con las preguntas. Nos enfrentamos a una multitud de mecanismos de fragmentación y desestabilización. Desde personajes públicos negacionistas, populistas y especuladores, a políticos malvados, pasando por trolls y ofendidos en las redes que solo quieren destruir. Un gran flujo de desinformación descrita por la OMS como una «infodemia masiva», o sea un exceso de noticias, verdaderas y falsas, que dificultan que tengamos fuentes confiables y orientaciones fidedignas.

Y de esta manera, todo el mundo tiene una tribuna y la utiliza, y todos opinamos, y todos queremos opinar, y todos estamos informados de una manera postmoderna. Una información postmoderma de consumir información sería algo así: nos llega una alerta de última hora, miramos el WhatsApp, empieza Piqueras, twiteamos, volvemos a mirar Whatsapp, otra alerta, retwiteamos, entramos en Facebook, leemos un titular, escuchamos una opinión con la mano alzada en una tertulia, miramos el WhatsApp, otra noticia..., y la vida sigue, y sigue el círculo, la rueda del hámster, la nube de humo negra, como en Lost, que empieza a cubrirlo todo.

Por todo ello, debemos dar menos datos y estudiar más las tendencias, dejar de hablar tanto con los políticos y escuchar más a los científicos, olvidarnos de convertir el informativo en un reality-show y comenzar a desmontar la desinformación de las redes sociales. El trabajo es arduo y complejo pero necesario y habrá que empezar cuanto antes. Los medios, llegados a este punto, tenemos la obligación de poner luz y claridad, y frente al ruido y la furia, respirar ancho, mirar largo, bajar el balón, y mostrar mensajes claros que lleguen, sencillos no simples, que calen, que sean determinantes, que sirvan de algo.

Para terminar, recuerdo a Ryszard Kapuscinski, que era otro jefe de la tribu, corresponsal, intérprete, viajero ensayístico, un tipo que escribía desde la verdad, cuando decía que "para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos". Y añado que para ser un buen periodista hay que tener empatía, me digo, esa capacidad de percibir los sentimientos y pensamientos de los demás, lo de "ponerse en el sitio del otro". Menos periodismo partidista, activista, sensacionalista, de carrusel, me lo apunto, y más periodismo humano. Abanicos o pistolas, elijan, y que siga la fiesta.