Hay momentos en la recta final de la estancia en la Casa Blanca del magnate inmobiliario norteamericano, el todavía presidente Donald Trump, que me recuerdan cada vez más lo leído en un libro publicado hace ya muchos años: "Los últimos días de Hitler". Fue ésta la obra imprescindible de un muy notable historiador británico, Hugh Trevor-Roper. Una autoridad en la especialidad de la historia de la Alemania nazi, además de ilustre Regius Professor de Historia Moderna de la Universidad de Oxford. Con éxitos espectaculares y algún que otro y humano error, como su intervención en 1983 en el debate sobre la autenticidad de un supuesto testamento de Hitler.

En 1945 los responsables de los servicios de inteligencia militar del Reino Unido le encomendaron al joven oficial e historiador un informe sobre los últimos días en el búnker berlinés del Führer del Tercer Reich, Adolf Hitler. Habían quedado atrás los momentos más dramáticos del hundimiento final del nazismo. La hipótesis de que Hitler hubiese podido huir de Alemania, con la ayuda de las potencias occidentales, era todavía tomada en serio por algunos. Sobre todo por los soviéticos, en una muy poco sutil maniobra de desinformación, orquestada contra la democracias de Occidente.

"The last days of Hitler", el sólidamente documentado libro de Trevor-Roper fue publicado en 1947. En su brillante prosa destacaba la influencia en el autor de dos de sus maestros favoritos: Edward Gibbon y Lord Macaulay. Se convirtió rápidamente en una obra imprescindible. Sucesivas ediciones, en muchos idiomas, lo convirtieron en un "best-seller" mundial. Y por supuesto en un clásico.

El pasado domingo, el 29 de noviembre, cuatro eminentes columnistas del legendario Washington Post, Philip Rucker, Ashley Parker, Josh Dawsey y Amy Gardner publicaron un artículo que hubiera dado envidia al más exigente historiador: "20 días de fantasías y fracasos: dentro del intento de Trump de dinamitar las elecciones." Una vez más las hemerotecas nos recordarán cómo unos periodistas, unos jueces y unos funcionarios públicos admirables salvaron a la democracia norteamericana en los veinte días que van desde las elecciones, el 3 de noviembre, hasta el 23. El día en el que Trump se vio obligado, por los reiterados fracasos judiciales en los tribunales de sus denuncias por un supuesto fraude electoral, a permitir a las instituciones federales que desbloquearan el proceso de transición en favor de Joe Biden. Hasta ahora Trump se ha negado a admitir su derrota, creando una conflictividad institucional sin precedentes en la historia de los Estados Unidos.

Relatan los autores de "20 days of fantasy and failure" cómo Trump negaba la realidad: "Aislado en la Casa Blanca y ocultando su obsesión por la derrota electoral que había sufrido, enfurecido e incluso delirante y a la deriva en un torrente de conversaciones privadas, Trump parecía, según uno de sus consejeros más cercanos, ´el enloquecido Rey Jorge, murmurando, ´he ganado, he ganado, he ganado.´ "

A lo largo de esos 20 días que van desde las elecciones hasta la cautelosa luz verde presidencial, nos encontramos, según los columnistas del Washington Post, algunos poco tranquilizantes hitos en el laberinto de la actual Casa Blanca: "Un gobierno paralizado por el frágil estado emocional de su presidente; mientras sus consejeros alimentan sus fábulas; peleas cargadas de insultos entre las facciones de ayudantes y consejeros; y una perniciosa y borrosa mescolanza de verdad y fantasía."

En "The resilience of democracy", el jugoso editorial del The Economist del 28 de noviembre hemos podido leer esto: "Cuando Mr Trump intentó corromper las elecciones, fracasó miserablemente porque muchísimas personas cumplieron con su deber."