Lo mejor de diciembre es poder rememorar el día cuatro con el levantamiento del pueblo andaluz y la celebración del día de la Esperanza. Ambas cosas son tan enriquecedoras que basta con alzar la mirada para darse cuenta de que son un sinfín de andaluces los que miran de frente a la vida para reivindicar su posición como ciudadanos solventes.

La pandemia quizá haya tenido algo que ver para facilitar el convencimiento de un pueblo que, a pesar de sus carencias, sabe comprometerse con las causas hasta cumplir con sus objetivos.

Los andaluces son obedientes, responsables y nobles. Evidentemente, siempre habrá calvas en un frondoso jardín verde y blanco pero, en líneas generales, tenemos un sello de nobleza y responsabilidad más que honroso.

En cualquier caso, sin duda, el aspecto que pudiera caracterizar más a los andaluces es la valentía. Una bravura que nos ha llevado a situaciones claves para el desarrollo de nuestro pueblo.

Aquí la gente se ha levantado en contra de injusticias sociales y laborales hasta conseguir solventarlas. Somos el pueblo que dijo basta y alzó la voz un cuatro de diciembre por encima de clases sociales y de ideologías -salvo algunos pocos-. Nuestra tierra se lleva revelando toda la vida contra los ataques y desprecios ajenos que, por envidia y ganas de hundir, nos llevan lastrando en muchos aspectos.

Pero igualmente se sigue arriba. Con respeto pero sin dejar un ápice de posibilidades a que nadie rechiste. De igual manera que el padre del niño orejón no permite que nadie le diga que tiene las orejas como dos paelleras para que coman arroz catorce personas, tampoco permitimos la burla malhecha y el chascarrillo zafio que siguen usando muchos para despreciar nuestra forma de ser o nuestro acento. Que nuestras carencias ya las sabemos nosotros. Pero no son precisamente por las que nos pretenden sacar los colores.

Andalucía tiene de todo. Incluidos fracasos, pobreza y mucho paro. Pero también tiene ambición, cultura y emprendimiento. Somos menos ricos que lo que debíamos ser. Pero quizá lo solventamos con una nula contaminación como pueblo.

No tenemos la riqueza industrial ni económica del norte. Pero tampoco su cobardía. No padecemos el lastre del terrorismo o el independentismo que tantísimas injusticias llevan perpetrando durante décadas. Sería inviable llegar a plantearse que en nuestra tierra hubieran sucedido hechos como los del terrorismo de E.T.A en el País Vasco.

El primer muerto, pasa. Pero al siguiente, el pueblo andaluz se hubiera levantado contra los malhechores y les hubieran faltado piernas para salir corriendo. No es bueno equiparar ni comparar. Pero ante ciertas circunstancias donde se reciben desprecios de las alturas peninsulares, resulta reconfortantes saber que siempre mejor pobres y valientes que cobardes con fábricas.

Pandemia

Pero hay una nueva pandemia que acecha al pueblo andaluz y que lleva años cuajando de manera discreta pero peligrosa. Y son aquellos que reniegan de su propia tierra.

Sería de genero tonto relacionar cualquier tipo de andalucismo con el más mínimo atisbo de deseos de independencia. Pero sí un anhelo de autonomía. Nuestra tierra necesita jugar sin las cartas marcadas en el tablero de la democracia actual. No estamos bien representados a nivel nacional. No existimos para muchísimas cosas y somos mera moneda de cambio de los partidos nacionales.

Pero a eso hay que sumarle algo más: la participación actual en nuestra vida política de una fuerza que defiende la desaparición del sistema de autonomías. Gente que no cree en esto hasta el punto de borrarlo del mapa si fuera posible. Identidad una, grande y libre. Y nada más.

Y para ello siempre viene bien borrar recursos, estampas y nomenclaturas. Se empieza eliminando el nombre de Canal Sur y se acaba renegando del himno. Cosa que ya acostumbra la extrema tontería de muchos que solamente alzan cuando suena el nacional pero si lo acompaña el andaluz de Infante miran hacia otro lado y regresan al asiento.

Tontos de solemnidad que, en el fondo, consiguen calmar las inquietudes al comprobar que si un tonto defiende algo a capa y espada, es claramente una tontería.

Quizá vaya siendo hora de despertar y exigir que esa representación digna llegue a nuestro parlamento. Y para ello haya que explorar nuevas vías: Andalucía no gusta de políticos canallescos y anti sistemas. A la vista está. Por eso la idea de un partido andalucista debe pasar por perfiles de los de antaño y no permitir el apoderamiento de los extremistas para levantar la bandera verde y blanca.

Se agradece el detalle pero la bandera de todos mejor dejarla tranquila si lo que van a conseguir es mancharla.

Reflexionen y no ensucien. Aporten y enriquezcan. Y no olviden lo sucedido en estos años. El pataleo de los otros. El desprecio de muchos. El negocio de unos cuantos y la piara de zánganos que luchan a diario por hacer de nuestra tierra un lugar peor.

Han hecho falta décadas para que miembros de un gobierno democrático atienda y reciba a la familia de Caparrós. El hombre que fue asesinado y a cuyo asesino, con el paso de tantísimos años, el sistema le sigue haciendo la cobertura para que no sepamos quien fue -porque según parece falleció hace pocos años-. El final del asesino fue provocado por una muerte natural. Distinta suerte de la de Caparrós a quien este señor mató de unos tiros.

Cuidado con el enemigo. Está cerca y es peligroso. Y también usa el verde. Andaluces, despertaos. Viva Málaga.