El ministro de Asuntos Digitales del Reino Unido, Oliver Dowden, quien también se desempeña como ministro de Cultura, ha salido a la palestra para exigir a Netflix que avise claramente antes de cada episodio de que la serie The Crown es una obra de ficción. El miembro del gabinete de Boris Johnson tiene 42 años, pero considera que sin una advertencia estilo los dos rombos de antaño «una generación de televidentes que no vivió estos eventos podría confundir la ficción con la realidad», lo que equivale a sospechar que unos cuantos millones de sus compatriotas pueden sufrir esquizofrenia cuando se sientan ante la tele para ver las andanzas de los Windsor, o los considera directamente mucho más imbéciles que él. La preocupación del prohombre, y de muchas otras voces del conservadurismo británico, por la fidelidad de The Crown a la historia ha esperado a la temporada cuarta. Las tres primeras no resultaban preocupantes porque iban de asuntos de mediados del siglo XX en los que salían mal parados habitantes de las enciclopedias. La propia Isabel II, explicada y humanizada de forma muy rentable para su imagen, la vio por recomendación de su hijo menor y sus nietos, fans absolutos de la serie y habló bien de ella (aunque matizando que algunos hechos no resultaban tan dramáticos en la vida real). Han tenido que llegar a las pantallas Margaret Thatcher y Diana de Gales para que cunda el desasosiego, o mejor dicho el pánico. Que la prócer británica no era la ogra despiadada, látigo de la clase trabajadora y aniquiladora de lo público. Que Camilla y Carlos no hicieron la vida imposible a la tierna Lady Di. La reacción de muchos de los casi treinta millones de televidentes que en el Reino Unido están eligiendo The Crown para entretenerse mientras dura la Covid hace muy comprensible la preocupación del ministro Dowden, aunque no sé yo si con un cartelito en los títulos de crédito lo va a solucionar. Clarence House, residencia del Príncipe de Gales y su mujer, ha tenido que usar una herramienta que capa los comentarios en su Twitter por la avalancha de insultos a la futura reina consorte tras el capítulo de The Crown que reproduce el inicio de su romance. La resurrección de la Princesa del Pueblo está suponiendo un verdadero trauma colectivo en el país en este 2020 que amenaza con reeditar también el annus horribilis de la longeva Lilibeth. Miles de vídeos y elogios a la fallecida Diana, y críticas sin cuento a los dos causantes de su desgracia, han echado por tierra décadas de trabajo para levantar la reputación del heredero en lo que se tarda en pulsar el mando a distancia. Quienes sostienen que el trono debe pasar de forma directa a Guillermo y Catalina se frotan las manos. No tanto los que temen salir retratados en la quinta temporada del Brexit, la relación de Andrés con el pedófilo Epstein y la espantada de Meghan y Enrique. No hay cartelito de Netflix que nos vaya a disuadir a quienes escuchamos en el telediario las grabaciones de las conversaciones de Carlos «quiero ser tu tampax» con su entonces amante y hoy señora. Para desgracia Johnson y compañía, no todo nos cae tan lejos como el funeral de Churchill, más allá de su la escena de Diana en la discoteca sea apócrifa o no. Solo espero que el genio creador The Crown, Peter Morgan, caiga en la cuenta de que ese filón está agotado y nos haga el favor de venirse cuanto antes a filmar The Borbones.