¿Ha llegado el allegado? Y todos mirándose como los apóstoles del chiste, en plan: Seré yo, seré yo. El allegado a efectos navideños, para quien no lo sepa, es como el tonto del pueblo; nadie le echa cuentas, pero siempre hay uno cerca. No hay pueblo que se precie que no tenga empadronado entre sus huestes a un bobo oficial. Algunos hasta lo hacen alcalde. Y de ahí a presidente sólo hay un suspiro.

La Junta de Andalucía ha prohibido que los allegados se sienten a la mesa en Nochebuena y Nochevieja. Desconozco si el veto responde a evitar competencia con las gambas, o es que consideran que con los lerdos propios ya van bien servidos y no quieren memos ajenos. Que a ti te encontré en la calle, respirará aliviado más de un suegro. De una forma u otra, lo cierto y verdad es que, sea como sea, a las 01.00 estaremos todos en nuestra propia casa so pena de esquivar controles policiales y evitar empotrarnos contra las rotondas. Que todos sabemos que, a ciertas horas, rotonda con fuente se cruza de frente. La mejor solución, en mi humilde opinión, es convertir la cena en almuerzo y liarse el resto del día como si no hubiera un mañana. Lo que comúnmente se conoce como Tardebuena. De hecho, yo pienso estrafalarme (sí, señora, invento verbos) de navideñas maneras para despedir este infausto 2020 con algo de humor y enviarlo, chupitos mediante, a tomar por donde tienen la gracia las avispas.

La Tardebuena surgió allá por los 90. Creada sin quererlo querer por aquellos a quienes pasar en familia esas fechas tan señaladas es algo sagrado, pero no quieren dejar de pasar un ratito con los buenos amigos que les regaló la vida. Así el mediodía fue cobrando protagonismo y lo que empezaba con una bienintencionada cañita acababa en un etílico «no hay huevos de venir a cenar a mi casa, que mi madre cocina de puta madre. Os quiero, cabrones, hip».

No hay Nochebuena memorable sin alguien que llegue a cenar borracho como una cuba. Alguien que cuando la abuela pregunte si ha llegado el allegado, responda a voz en grito: el que tengo aquí colgado. Yo estoy a favor de la presencia de allegados o extraños, eso anima el cotarro. Y mira que este año hay temas para discutir. El canal dónde ver las campanadas. Vacuna sí, vacuna no. Decantarse por Pantoja o por Paquirrín. Vox o Podemos. Rafael Amargo es culpable o sólo viciosillo. También cabe el proponerse desvelar juntos los grandes misterios del año y preguntarse si el alumbrado es necesario, quién trabaja en el SEPE, para cuándo un sillón para Maluma en la RAE, por qué la leche en polvo infantil se vende a precio de cocaína (ni que la ordeñasen de unicornios), o si Pedro Sánchez comprará las vacunas correctas o le venderán los placebos.

La Tardebuena va ganando adeptos y este año, por incompetencia de nuestros gobernantes, nos han abocado a ella. Los que en los 90 fuimos tachados de descerebrados, borrachos y degenerados, ya apuntábamos maneras y predijimos que el cambio era para mejor, pero nadie nos creía. Fuimos unos adelantados a nuestro tiempo, unos visionarios. Ni los Simpson lo vieron venir. Este año todo será distinto. Lejos quedarán las lastimosas legiones de beodos con medias rotas, maquillajes churretosos o con flequillos aplanados y abrigos perdidos que deambulaban cual zombis buscando una churrería al despuntar el alba.

Si allá por los 90 fuiste de los que salía corriendo del bar para llegar a casa y recomponerte con disimulo para estar medio presentable a la hora de la cena: Bienvenido, hermano. Por fin ha llegado nuestro momento de una forma legal, consensuada y socialmente impuesta. Por fin seremos los cumplidores. Había que decirlo, y se ha dicho. Feliz Tardebuena a todos.