Sánchez ha aprobado los Presupuestos y ahora le queda poder para rato. A él no le gusta lo de rato, porque le recuerda al ministro del PP que luego fue presidente del Fondo Monetario Internacional. Más internacional fue su inutilidad, la de Rato, su capacidad para, ejem, sacar del cajero y escaquearse y decir muy solemne bla, bla, bla. Sí, solemnes, claro, pero como hay que ser austeros, pensaba Rato, me tomo tres whiskys en el Velázquez. El Velázquez es un bar con hotel muy propio para encegarse con licores carísimos llevando corbatas de prohombre y mirando de reojo al coche oficial, negro como el pasado. Más de una columna que he redactado desde ahí la ha leído usted con hielo. Sánchez tiene Presupuestos y nosotros Gobierno para rato, o sea, para años, es decir, hasta que toquen elecciones. Sánchez, que como escribía Alberto Olmos que diría Umbral «es tan guapo que hay que decirlo dos veces», ya no tiene preocupaciones por las cuentas, si es que alguna vez le ha preocupado algo. Ahora toda España es prosa. Los números están domesticados. El PP sufre. Dicen que son las cuentas de los traidores, pero cada vez que lo dicen, y la que lo dice es Cuca Gamarra, el graderío del PP no se lo cree y se pone nostálgico. Gamarra, como brama Losantos, es un homenaje continuo a Cayetana. Yo añado: tiene la misma mala leche pero la mitad de lecturas. El más feliz con el hecho de que el Gobierno tenga Presupuestos es Iglesias. Por primera vez en su pura vida tiene algo que exaltar. O sea, un motivo para no hacer un discurso a la contra. Con todo, el horizonte es claro: Sánchez presupuestado ha de separarse un poco del radicalismo. Bueno, eso es si quiere salvaguardar al PSOE. Que era su partido. Tal vez no su proyecto. A él le salen los números, o sea, los Presupuestos. Y a los demás, debe pensar, que los entrevisten en Telecinco.