Las primeras vacunaciones pueden llegar a mediados de enero. Enero siempre traía cuesta, depresión postnavideña, un frío como para comentarlo en el ascensor y hasta el día más triste del año, el blue monday, que a decir de los anglosajones es el tercer o cuarto lunes de ese mes. Ahora puede traer la ansiada vacuna. Nunca tantos quisimos ser rebaño. Y alcanzar su inmunidad. Pero en un país de acreditada tradición anarco individualista ya era raro que no viniera el ruido, la oposición, el escepticismo y el usted no sabe a quién está vacunando. El papafrita de Boris Johnson ha ido estos días a Bruselas a decir que son más chulos que un brexit y que ya tienen la vacuna. Acto seguido avisan de que a los alérgicos no les va bien. Ya estamos imaginando titulares de la prensa sensacionalista británica afirmando que seguro que está elaborada en Alemania o algo así. Los científicos han hecho su trabajo y ya hay vacuna, ahora los políticos solo tienen que organizar una buena cadena del frío o un adecuado sistema de turnos en los centros de salud. Ni una cosa ni la otra, seguramente. Contribuyente el último. El primer vacunado en Gran Bretaña se llama William Shakespeare pero aquí a los Miguel de Cervantes seguro que los llaman a vacunar y son antivacunas o nacionalistas periféricos o se han muerto en una residencia antes de que un Sancho les trajera las pastillas y la verdura hervida. Hay que conjugar el verbo vacunar. La administrará la Seguridad Social: a vacuna regalada no le mires la aguja. Esa Seguridad Social que ya no nos garantiza la jubilación hasta los 68 y a menos que hayamos cotizado 35 años. Muchos años para no haberse topado nunca con un virus. Ahora frente a este, entonemos plegarias de enero; estiremos el brazo, acortemos incredulidades y pidámosle a los Reyes inmunidad, incienso y mirra y que se metan el carbón por la capa a ver si para febrero o marzo ya hemos catado el manjar vacuno.