Hay gotas que colman vasos. Yo no sé si la que colmó el mío fue la lectura del artículo de Elia Barceló sobre el tema (Premios para hombres, publicado en El País el 26 de noviembre), mi presencia reciente en varios jurados -no paritarios- en los que se han desvalorizado las obras escritas por mujeres y se ha antepuesto una obra con autoría masculina, o una polémica que ha removido el gremio de la novela negra en los últimos días. Una compañera publicaba datos sobre los reconocimientos en este género desagregados por sexo. Eran datos objetivos, como solo los fríos números pueden serlo. En un premio con 33 ediciones a sus espaldas, 31 premiados habían sido hombres y solo 2 escritoras. En otro con 7 ediciones, los 7 habían sido ganadores hombres. En otro también con 7 ediciones, 6 hombres ganadores y tan solo una mujer. En otro con 6 ediciones, más de lo mismo: 5 ganadores hombres frente a una escritora. Y, por si alguien se lo pregunta, todos estos premios se conceden a obra publicada, es decir, el nombre del autor no está tras una plica, sino a toda plana en la portada del libro.

La escritora que lo subió a sus redes sociales hubo de soportar críticas de todo tipo. Un señor decía quedarse estupefacto al ver que ser hombre se iba a convertir en motivo de exclusión social. ¿De verdad, señor (o), es lo que extrae usted de la lectura de esos datos? Porque a mí que estos galardones se concedan entre el 83 y el 100% de las veces a hombres no me parece precisamente un motivo de exclusión social para su sexo. Otro advertía que los casos hay que verlos uno por uno o se cae en el riesgo de cometer una injusticia. ¿Una injusticia? ¿Se leerá a sí mismo cuando escribe?

Las cifras objeto de debate y escarnio estaban en una infografía que llevaba días circulando entre escritoras cabreadas, pero ninguna las había compartido de forma pública. Quizá porque intuían la que les caería encima, por miedo a ser señaladas, a que no las llamen para festivales, no reseñen sus obras, en fin, a que sus propios compañeros les hagan el vacío. Solo ella, Inés, se atrevió a hacerlo. Ningún compañero afeó las cifras en sí. Sí le afearon, en cambio, que las publicara.

Llevo ya unos años moviéndome por festivales y congresos literarios, y tengo amigos que forman parte de los jurados o que han ganado esos premios. Sé que se sienten incómodos con el hecho de poner esta situación en el foco. Pero les pediría que tomaran distancia y reconocieran lo rocambolesco de las cifras en sí. A punto de entrar en la tercera década del siglo XXI, no parece que esta discriminación vaya en consonancia con los valores a los que aspira la sociedad. Tampoco con el número real de novelas de escritoras ni de ventas de esas novelas.

Recuerdo un comentario del organizador de uno de esos premios. Yo me encontraba en su festival, y le hice notar que todos los libros finalistas tenían autoría masculina. «Es muy difícil dar con buenas novelas escritas por mujeres. Yo no las he encontrado», contestó. «¿Has leído la mía?», le pregunté con mi cara más inocente. Tuvo que admitir que no. Lo curioso es que a mí me había invitado para presentar mi novela. ¿Entonces? Entonces me llamó para rellenar programación, para que nadie le tirara de las orejas por escasez de mujeres, pero no se dignó ni a leer mi obra.

Ya sabemos que esto no es exclusivo del género noir. El premio Loewe, tan prestigioso en el terreno poético, se ha concedido en 33 ocasiones. De ellas, 31 a hombres y 2 a mujeres, exactamente igual que el galardón más veterano de la novela negra en España. En un premio de narrativa uno de mis compañeros del jurado me espetó ante mi defensa de dos obras, ambas escritas por mujeres, «a mí esos temas no me interesan». En uno de poesía, otro me dijo «si no me gustara tanto esta otra, no me importaría darle el premio a una mujer».

Muchas, lo digo alto y claro, estamos hasta el moño de que en igualdad de condiciones prevalezca una obra con pluma masculina. Exigimos jurados paritarios con una visión del mundo y de la literatura más equilibrada. Porque si los jurados actuales están tan educados en el relato masculino, tan programados para descifrar las claves del mundo con ese único enfoque, si no están listos para abrir la mente y readiestrarla a fin de sacarle el jugo a otros temas e historias que nos enriquecen como seres humanos, quizá deban mirar hacia dentro y hacerse una revisión a ellos mismos. Eso, o dejar paso a hombres y mujeres que ya se han quitado las orejeras.