Como al taxista le dio por hablar de vinos, le conté que guardaba en casa una botella de 25 años que gané en un concurso literario y para la que no encontraba el momento de abrirla.

- ¿Se habrá estropeado? -pregunté, pues el hombre parecía tener conocimientos de la materia.

-A partir de los 20 -dijo-, es un misterio. Lo mismo le sale un vino excelente que un vinagre.

Recorrimos unas calles en silencio y volvió a hablar él:

-Al vino embotellado le pasa lo que a los embriones congelados: no se sabe muy bien cuánto duran sin perder sus propiedades.

A continuación, me contó que en EE UU acababa de nacer un bebé de un embrión congelado hacía 27 años. Los médicos no tenían ni idea de que pudieran durar tanto.

-El secreto -añadió- consiste en descongelarlos bien.

El embrión se había congelado el siglo pasado y la criatura resultante había nacido en este. Toda una proeza biológica, pensé. Si ese niño, de mayor, trabajara en los servicios secretos, podríamos apodarle ´El espía que surgió del frío´, como el título de la famosa película basada en una novela de Le Carré. Según el taxista en EEUU había bancos de embriones congelados a los que acudían muchas parejas que podían elegir el tipo de padres:

-Queremos un embrión de padres delgados y bajitos, como nosotros.

El funcionario estudia el catálogo y pregunta.

- ¿Con estudios superiores o elementales?

Lo normal es que se prefieran padres con estudios superiores, aunque eso no significa mucho. El auténtico significado de que un embrión congelado hace 27 años sea viable es meramente circense. ¿Acaso en el laboratorio donde se conservaba no se fue en todo ese tiempo la luz? ¿Acaso no hubo, a lo largo de tantos meses, un trabajador descuidado que apagara la nevera? ¿Acaso los embriones no están programados para autodestruirse tras permanecer un tiempo excesivo a la cola de un útero? Cuando llegué a casa, abrí la botella de vino y se había echado a perder.

-Has estropeado una pieza de museo -sentenció mi mujer.