Hace algunos años, a finales del mes de julio, me llamó el amable redactor del que entonces era el periódico local de mi pueblo, Marbella. Quería que les recomendara a sus lectores, provenientes de los cuatro puntos cardinales, un libro determinado. Que yo debería elegir. La llamada me llegó al móvil mientras paseaba por la alameda marbellí. Donde cumplir con el rito de la parada y el saludo es mucho más que una grata obligación. No tuve que pensar mucho.

Me acordé de mi querida y muy leída edición del ´Speak, Memory´ de Vladimir Nabokov. Publicada por Penguin Books en 1969, año en el que todos éramos jóvenes. Como suele ocurrir en esa legendaria editorial británica, la portada era una pequeña obra de arte que arropaba una antigua foto de la residencia de verano de la familia Nabokov. En Rozhestveno. A 50 millas, al sur de San Petersburgo. Como era de esperar, en la revolución rusa, la casa, con su elegante pórtico palladiano, fue requisada por las nuevas autoridades. Cuando el libro se publicó, ya albergaba una escuela estatal. Vladimir Nabokov, el ´émigré´ perenne, afincado en Montreux, después de su exilio al otro lado del Atlántico, como titular de distinguidas cátedras en muy punteras universidades norteamericanas, vivió hasta el final de su vida en la hermosa ciudad suiza. Con su mujer, Véra. A la que dedicó con devoción el libro. Ambos fueron muy felices en su refugio dorado del Montreux Palace. Su hogar en las orillas del lago Léman.

Más que con aquel gran hotel suizo, famoso por sus toldos amarillos y sus vistas sobre las montañas vecinas y el lago, suelo asociar al maestro Nabokov con los antiguos ´Wagons-lits´ de épocas anteriores. No sólo por representar éstos la forma de viajar que Nabokov practicó en su primera juventud por la Europa de la ´Belle Bourgeoisie´. En el séptimo capítulo de ´Habla, Memoria´ ha quedado felizmente depositado el relato perfecto de un viaje en el coche-cama de un gran expreso: como el Nord-Express. El legendario tren que en el verano del 1909 hacía el trayecto de San Petersburgo a París. La familia Nabokov viajó en él al completo. Les acompañaban una enfermera, el tutor, Osip, el mayordomo (fusilado años después por los bolcheviques) y la institutriz Miss Lavington. Al día siguiente de la llegada a París, tomaron el Sud-Express, el tren que unía a la capital de Francia con Madrid. Pero los Nabokov y sus acompañantes se apearían en la estación de La Négresse, en Biarritz. A unos pocos kilómetros de la frontera española.

Se quejaba el maestro Nabokov de que después de la Primera Guerra Mundial pintaron los ´wagons-lits´ de azul. No en el marrón oscuro primigenio. Tenía, como siempre, razón. Los coches-cama siempre habían sido un mundo de maderas nobles, barnizadas hasta la perfección. La opción del azul fue estéticamente desafortunada.

Conservo en mis papeles personales un pequeño tesoro: mi certificado de haber trabajado desde junio de 1958 a mayo de 1959 en las oficinas malagueñas de la Compañía Internacional de Coches-Camas y de los Grandes Expresos Europeos. La mítica Wagons-Lits//Cook, entonces aliada con Thomas Cook & Son, la más antigua agencia de viajes del planeta. Las calles Strachan y de la Bolsa, en el centro de mi ciudad natal, no eran la avenida Nevski de la imperial San Petersburgo. Donde estaba la agencia de viajes y la maqueta del coche-cama que tanto fascinaba al pequeño Vladimir Nabokov. Para mí, trabajar allí, en el centro histórico de Málaga, en unas oficinas que eran un oasis de civilizada profesionalidad, fue sin duda el momento en el que una buena estrella iluminó mi camino. Lo vi claro cuando leí aquellas palabras, en la página 114 del libro de Nabokov: «Compagnie Internationale des Wagons-Lits et des Grands Express Européens». Nos aseguraba el maestro que eran palabras mágicas. Y una vez más acertó. Por supuesto, existen no pocas y excelentes traducciones de ´Speak, Memory´ al español y a muchos otros idiomas. ¡Dios sea loado!