N i siquiera una pandemia es capaz de echarle el freno a la memoria que se reencuentra con los mismos pasos que, en 1831, anhelaron la libertad antes del ocaso que surcó la arena definitiva de una playa de Málaga. Aunque las restricciones y la prudencia han hecho inviables las reconstrucciones históricas y el baile de trajes de época de otros años, varias coronas de flores han sido suficientes para detenerse en escenas que impresionan y demuestran que el recuerdo es imprescindible para saber quienes somos. Flores para Torrijos y 48 héroes más. Flores para «el general noble, de la frente limpia» al que le cantó Federico García Lorca en Mariana Pineda: «Caballero entre los duques / corazón de plata fina / ha sido muerto en las playas / de Málaga la bravía». Flores para dejarnos llevar por todo lo que significan aquellos episodios. Flores para seguir la estela de un bumerán necesario que cada diciembre regresa a la playa mijeña del Charcón con el ímpetu de un desembarco, a la Torrealquería alhaurina con una impactante cuerda de presos, a la cruz de El Bulto o a la tumba de Robert Boyd en el Cementerio Inglés. Flores para celebrar la vigencia intacta del intento del general José María Torrijos (1791-1831) para derrocar al régimen absolutista de Fernando VII. Flores para agradecerle a la Asociación Histórico Cultural Torrijos 1831 que, a estas alturas, haya dejado de ser un secreto a voces que a su labor se le debe la visibilidad de la que goza aquí la figura de Torrijos. La lucha de Torrijos y sus compañeros de viaje es, pese a todo y casi dos siglos después, un revulsivo que sigue latiendo en el corazón de una ciudad mediterránea. Es la perla que brilla con verticalidad en ciertos recuerdos de juventud bajo la negra noche, frente al aliado espigado que siempre fue su obelisco de la plaza de la Merced. Y, además, el ejemplo de Torrijos es poesía que despierta a la vida en un soneto de mi admirado Juan Miguel González, en el que se confirman como los más sinceros los homenajes que parecen desenfadados y reales: «Con viento, con nevisca o con terral, / salían a cantarte, general, / los más enardecidos de tus hijos. / Siempre de madrugada, bien mamados, / con el estigma de los fusilados / en nuestras frentes, liberal Torrijos».