Una confesión: no me disgusta ver películas a medias, o por trozos, ni suelo tener mucho interés en su final. Supongo que intento protegerme de la astucia a veces sádica y siempre manipuladora de guionista y director, que buscan hacerse con los mandos del cerebro y sentimientos del espectador para metérsele dentro, como íncubos, y llevarlo al huerto. Conforme avanza una película los veo venir, con sus ardides, maniobras y juegos, y para defenderme marco una distancia con la historia, sin dejarme atrapar por ella, aunque disfrute con las secuencias si merecen la pena o me seducen. De un mal espectador (que obviamente lo soy) solo vendrá un mal consejo, y ahí va: deje lo que esté viendo en el momento álgido, antes de la maldita moraleja o clímax emocional, y su cuerpo experimentará una reconfortante sensación de ahorro. Y no se perderá nada, todas las historias son iguales.