El debate sobre la Corona tensa la relación dentro de la coalición de Gobierno. Una parte de esa coalición quiere acabar con la Corona, pero de momento, la Corona (el debate sobre ella) es la que horada y rasga la armonía del Gobierno. Caerá antes este Ejecutivo que la Monarquía, dicho sea esto como aventurada profecía y una brizna de objetividad profesional, no vaya a confundirse con un deseo, que tampoco tenemos claro. Usted amigo lector tal vez busque certezas, pero hablando de la Monarquía, somos los reyes de la duda. La institución es anacrónica y medieval, pero es uno de los pocos elementos que nos unen. Juan Carlos nos ha resultado un piernas, aunque a mí me guste más el término crápula, reconociendo no obstante que puede haber sido más bien un calavera. Sin embargo, nadie, y menos viviendo tantos años, está a salvo de hacer cosas buenas. Él hizo alguna. El Gobierno se quiere poner la Monarquía por Montero. Más por la parte de Irene que de María Jesús. Aquí queríamos hablar del Gobierno y se nos va la columna por el lado de la Monarquía, que nos está resultando como aquello que decía Bismarck acerca de España: «Es lo más fuerte que hay, siempre está tratando de destruirse y nunca lo consigue». Los gobernantes nos meten en la agenda mental estos temas pero luego hacen encuestas, como la reciente del Centro de Estudios Andaluces, y resulta que lo que más nos preocupa es no poder reunirnos con quien nos salga del níspero en Navidad. Al Rey no obstante lo vamos a tener que ver por narices, dado que va a asomarse a dar el tradicional discurso de Nochebuena, donde los líderes de Podemos aspiran a meter la pluma. Y colar tal vez frases de contrición y pesar. Hay que ser ingenuo para pensar que alguien va a aceptar hablar mal de un progenitor delante de las cámaras. A no ser que seas del clan Pantoja o algo así, claro. Nos seguirán dando la turra con la Monarquía quienes tendrían que ocuparse sobre todo del rey de los virus. Ese que nos hace añorar la vida de antes, que nos parecía de príncipes.