El 96,7% de los ciudadanos está satisfecho con vivir en Málaga. Un 82,7% se considera feliz, aunque destacan como uno de los principales problemas de la ciudad la limpieza, el paro y los aparcamientos, según la Encuesta Social Malagueña (ESMA). A pesar de que los datos revelan que el 82,7% de los encuestados se considera feliz, hay aspectos que les preocupan de su ciudad, entre los primeros destacan la limpieza con un (43%), seguido del paro (23%), la Covid (13,7%), el tráfico (11,7%) y los aparcamientos (10,9%) Titular y noticia que publicó ayer este periódico y que empieza a ser habitual entre los que la secundamos.

Raro es, como ciudadano malagueño, no ver una noticia con imágenes de Málaga en los telediarios, raro es no vincular a la ciudad o su provincia con una información agradable para nuestros sentidos. Y lo mejor, raro es extrañarse de que la vemos, leemos o escuchamos.

De la encuesta que emana de la Encuesta Social Malagueña (ESMA) habría que leer entrelíneas y poner en valor los elementos que nos hacen ser una de las ciudades más antiguas de Europa con un éxito que radica en la convivencia y el respeto, «el racismo, la exclusión social, desigualdad, pobreza y la calidad del agua, son los aspectos que menos importan a los malagueños». Items que valoramos poco y que en otros países o ciudades se vanagloriarían de ser la panacea. Sin entrar a valorar la solidaridad del malacitano que ni se menciona porque es como la mayonesa en el gazpachuelo, no la ves pero está.

Nuestra forma de ser, pensar y convivir nos impide hacer bandera de algo que llevamos en las venas desde que existimos, desde que nos fundaran los fenicios hace más de 2.800 años. Porque somos abiertos por naturaleza, por razón de ser, porque el fino hilo que une el cielo y la mar es nuestra frontera haciendo de nuestra ciudad cobijo de todo el que se quiera quedar y despedida del que quiera partir.

Pero, ¡ojo!, el que hoy compitamos con Copenhague para ser una de las mejores ciudades del mundo vista por sus ciudadanos y visitantes, no nos puede hacer morir de éxito. Hace no más que apenas dos décadas nuestra ciudad languidecía de un periodo largo y lúgubre que, en parte, hacía que se arrastrase por la idiosincrasia del malagueño del momento. Éramos una ciudad y una provincia que vivía del rédito heredado de otros tiempos y con unas señas de identidad trasnochadas.

No podemos olvidar que lo que hoy somos se debe al orgullo y al trabajo de muchos años que nos han traído hasta aquí. Y aunque muchos pensaban que mirábamos con saña al más allá, no lo hacíamos ni por envidia, ni por desprecio, lo hacíamos por justicia.

No podemos olvidar que donde a unos le ponían una exposición universal o unas olimpiadas, a nosotros nos ponían la mentira de un río urbano en un cauce seco que a lo más que llegó fue a ciénaga.

No podemos olvidar que mientras a otros le ponían un tren de alta velocidad y unas comunicaciones acordes al momento, a nosotros nos colocaban una autovía untada de falsas esperanzas porque no conectaba a nada.

Y lo que no podemos olvidar es que precisamente el chovinismo que han empleado otros como virtud se les volvió condena vendiendo las piedras de los monumentos que siempre estarían pero que nunca se reinventarían.

Hoy seguimos teniendo una catedral manca, a medio hacer para unos, como reflejo de la historia para otros. En nuestra historia reciente hemos reforzado a pulso nuevas señas de identidad como es el Festival de Cine o la Universidad, y otras no tan reciente convencidos de que forman parte de nuestros sentimientos, como nuestro Málaga Club de Fútbol lejos de dejarlo en cenizas resurgiendo sobre las mismas para ser hoy una forma de vida y binomio indisoluble con nuestra urbe.

Pero si hay algo que no podemos olvidar es que somos una sociedad amable, emprendedora, solidaria, risueña, una sociedad en constante movimiento. Movimiento que ha servido para, cuando se ha presentado la más mínima oportunidad, sea retroalimentado por una buena gestión pública contagiando a la privada y viceversa.

Y prueba de ello es que, aún estando en un momento complicado de nuestra historia, a ningún malagueño se le cae de la boca que volveremos como país y como ciudad. Y de igual forma nuestra sociedad no olvida y sabe quién sí y quién no gobierna nuestros designios e intereses con corazón.

Málaga es la única gran ciudad de España que no es capital de su comunidad autónoma, y me atrevería a decir que nunca ha sido gran capital de nada. Hasta que hemos creado y descubierto por nosotros mismos que somos la gran capital del mundo donde mejor se vive. VIVA MÁLAGA.