A quince días para la consumación de este 2020, el cual en sus preludios lo revistieron de sueños de bonanza trocados hoy, tras este peregrinar luctuoso, en conjuras dignas de unas de las indelebles novelas de John Le Carré: luchas geopolíticas, guerra biológica, ardides de las compañías farmacéuticas, conspiraciones simuladas y toda clase de intrigas concebidas para la realización de un thriller con tintes milenarista; la prudencia para muchos se hace más patente a favor de la responsabilidad con este desfallecido contexto que para el resto de los que se creen temerarios inmortales e ignorantes - no quieren comprender la gravedad de esta desventura: la segunda ola en Málaga deja 150 muertes más que la primera-. Los números se conmueven tal como un tango; de una paulatina y lenta bajada de contagios, los fines de semana aparecen los gestos más inquietantes del baile argentino. Los efectos de la pandemia están generando situaciones tan intrincadas como inusuales en una sociedad que habita sobrecogida y prendida en el cabo del miedo: miles de fallecidos, una coyuntura económica inadmisible y unas condiciones de vida donde su eje gira en torno al significado restricción. Un intenso e inclemente recorrido de un año donde estamos padeciendo lo que jamás hubieran llegado a idear algunos de los guionistas más afamados del género de cine de catástrofes; esto es, un escenario con un grave síncope social y económico ante un perturbador desequilibrio global.

Si deambulamos por las calles del Centro Histórico, percibimos las miradas de recelo alojadas por las esquinas; transeúntes con rictus de una ilusión contenida por una Navidad contradictoria, expectantes ante el advenimiento de las prodigiosas vacunas. En el umbral de la Antigua Casa de Guardia se despide Le Carré y me dice: «Lo que hace veinte años parecía una fantasía disparatada era hoy nuestra única esperanza». Hasta pronto John.