En alguna parte he leído que Sánchez ha traspasado a una parte importante de los españoles la pesadilla que supuestamente le atormentaba. No se puede negar. De la mano de Iglesias el delirio ha engendrado, además, nuevos monstruos. No es un Frankenstein al uso que se mueve torpemente, sino un engranaje fatídico el que, avanzando día a día, amenaza con destruir la convivencia y el equilibrio entre los poderes del Estado. Sí, sí, no es broma, ya está sucediendo, solo hay que detenerse y observar los ataques contra los jueces y la jefatura del Estado, utilizando para ello la televisión pública. El contragobierno del líder de Podemos actúa en estos momentos como un mecanismo desintegrador del sistema de libertades que este país se otorgó durante la Transición. Hasta dónde será capaz de llegar no lo sabemos. Pero sí se puede intuir el peligro con la clase de socios que rodea al presidente socialista, la tensión que se percibe en cada asunto que se discute en el Parlamento y la persistencia podemita en crear un frente común con los enemigos de las instituciones democráticas de este país: los separatistas catalanes y los antiguos cómplices de la banda terrorista ETA. Iglesias ha invitado a todos ellos a participar de las decisiones que afectan al futuro inmediato de España, de la que dicen, sin embargo, querer desgajarse. Algunos socialistas se sienten maniatados, otros, en cambio, aceptan resignada o voluntariamente la situación porque entienden que todo se debe a una estratagema desesperada de Podemos para hacerse notar mientras pierde fuelle en los sondeos. No digo que no lo sea, la forma abierta de airear cualquier discrepancia así lo indica, pero cada paso que se da obra en favor de la destrucción y del entendimiento en las circunstancias adversas a las que se enfrenta la sociedad. La fobia constitucional, los socios delincuentes sentados ante los tribunales amenazando a los jueces y la agenda bolivariana del Vicepresidente son evidencias cada día más inquietantes de lo que tenemos.