Lunes. Consigo abrir un paquete de café sin manchar nada y me concedo una estrella Michelin.

Martes. Nada. Ni te embarques.

Miércoles. La próxima vez que me saques en una novela, que sea de heterosexual, le dice Cristóbal G. Montilla a Alfredo Taján delante de una cerveza en la plaza de la Merced, con Cristóbal Villalobos de testigo. Villalobos nos estaba dando noticias de Jesús Nieto, que se ha avecindado ahora por Argüelles, en Madrid, como su admirado Umbral, que colocó el nombre de esa calle en uno de sus libros, un diario delicioso. Taján ríe y pide una Alhambra muy fría, «y si no está muy fría no la traiga». Venimos de un bolo que ha moderado Ana Pérez Bryan y que ha organizado el CAL: el legado de Chaves Nogales. Llevo aprendido casi de memoria el prólogo de ´A sangre y fuego', «Yo era eso que los sociólogos llaman un «pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria». Pérez Reverte tiene dicho en Twitter que leerlo -ese prólogo- debería ser obligatorio en las escuelas. En Andalucía ya casi lo es. La Consejería de Cultura ha editado un material educativo que lo incluye. Taján da el primer trago y nos dice que si nos hubieran dejado habríamos estado toda la tarde en el salón de actos. Sin duda. Él ha estado brillante, locuaz, provocador y exhibiendo un conocimiento que me asombra sobre los Romanov y Kerensky. Chaves Nogales viajó mucho a Rusia. Yo por mi parte propongo otro viaje de cerveza. Montilla invita, que tiene buen corazón, trae unas New Balance muy pintureras y alberga motivos de celebración. Montilla ya es una celebración en sí mismo, un vigorizante, un tipo auténtico en esta época de cenizos. Lo hablado en la mesa chavesnogalística lo recoge en una magnífica crónica al día siguiente Francisco Griñán, que incluye mi reivindicación de Esteban Salazar Chapela, el Chaves Nogales -coetáneo- malagueño, periodista, artículista, novelista (»Perico en Londres») exiliado en Inglaterra también. Tiene una calle en un polígono pero merece ya un estudio, un algo, unas obras completas. Me casco la segunda cerveza y me voy a recoger a mi hijo, Taján me cuenta una maldad sobre un célebre poeta y el grupo se disuelve en el mediodía, un mediodía en el que no arde el mar, las nubes merecen adjetivos, la vejiga protesta y el estómago pide su turno. En la movida madrileña había un grupo que se llamaba ´Kerensky y el ardor'. No, no. A lo mejor era ´Polanski y el ardor'.

Jueves. Veo a medias un documental sobre Carmen de Burgos, Colombine, feminista, escritora, primera mujer profesional del periodismo en España. Entre greguería y greguería («las cebras llevan por fuera su radiografía») Gómez de la Serna siendo pareja suya se lío con la hija de ella, actriz, de tanto ensayar para la obra ´Los medios seres'. Pillo el documental por ahí, y el hecho, la aflición de Carmen de Burgos por esa traición se presenta dramatizado, como una película. Voy al Google a por más información y tras una hora y pico hallo un dato: Colombine escribió crónicas sobre el desastre militar del Barranco del Lobo, desde Melilla, y esas crónicas fueron para El Heraldo de Málaga. Ahí, o sea, sí que hay también un libro, un trabajo de arqueología periodística. Un libro que las contenga.

Viernes. En lo de León Gross en Canal Sur entrevista a Ignacio Peyró. Tengo que darme prisa en escribir sobre su libro, me están robando, pisando, abotargando, deshilachando las ideas sobre él. Cuando acaba de hablar gloso su obra admirativamente, igual él ya se ha ido a tomar el aperitivo a un sitio elegante. Trato de leer un aforismo de su dietario ('Ya sentarás cabeza'), pero estoy torpón y me sale regular. Es un libro elegante, interesantísimo, lleno de aforismos y amor por la vida. Yo no quería que se me acabara. El libro. Incluso digo que Peyró es un gran conservador, queriendo decir conversador. O al revés. Madre mía, el skype.