El barco, azul ultramar y blanco, estaba atracado a la entrada del dique de Levante. Era su puerto base desde hacía demasiado tiempo, a veces salía a la bahía para poner en marcha los motores, nada menos que de 19.200 CV. George Soros llegó en un Mercedes negro desde el aeropuerto, donde había aterrizado un poco antes en su jet privado. Iba acompañado de Tamiko Bolton, su mujer -bueno, su tercera esposa- y, por supuesto, mucho más joven, la mitad que él. Quienes le esperaban ya estaban a bordo. El Octopus se lo había cedido Paul Allen, del que era amigo el magnate de origen húngaro.

El invitado se paseaba por una de las cubiertas con un combinado en la mano y Beatriz correteaba con un perrito de lanas cerca de allí. ¿Cómo estás Georges?, te veo magnífico.

Es el sol de Nueva York, contestó el gigante de Quantum Fund, de 90 años de edad. En la ciudad de los rascacielos estaba su casa de verano, en Southampton, y recordó cuando anunciaron su compromiso en una fiesta que se celebró en aquella casa, allá por agosto de 2012. Su anillo de compromiso fue un diamante Graff en un escenario de platino con una banda de oro rosa. ¡Le gustó tanto!

Se sentaron los dos solos en el salón de la cubierta superior y entonces notaron que, suavemente, el megayate, de 126 metros de eslora, se ponía en marcha. Alguien les había puesto dos pequeñas botellas de agua mineral.

- Veo que tenéis aquí algunos problemas, con la Justicia y la Comisión Europea, pero habéis resuelto lo de Delcy y le siguen la pista a Neurona, ahora los inmigrantes de Canarias?

- Son minucias. Todo está bajo control.

- Más te vale. La estrategia es global, y lo que hagas mal aquí nos perjudica allí, ¿me entiendes? Mira, Peter, hay una cosa que me preocupa. Estamos diciendo mentiras, y lo sabemos y lo saben los demás, eso no es problema, son nuestras mentiras. Pero lo que no puede pasar es que se conozca que trabajamos juntos. Nuestras vidas no están, todavía, conducidas por un piloto automático. No quiero cabos sueltos. Mr. González podría hacernos mucho daño. Es mejor que te hagas amigo de él, tu sabrás cómo. No me preocupa ese chico de la oposición. Soluciona lo que te he dicho. Ya sabemos que los partidos son organizaciones de fieles, hoy de ti, mañana de otro, pero él tiene peso internacional y su voz es escuchada.

- No te preocupes. Me ocupo.

- El otro día, el presidente de Italia me leía la lista de lo que se te acusa y que se resumía en un asalto al sistema constitucional. No puede parecer eso. Arréglalo. Y deja al Rey en paz, al padre y al hijo, y díselo también a tus socios. Todo esto es innecesario. No ayuda. Mira, hace unas noches me leía mi mujer un texto de Mencken, periodista y liberal norteamericano, ya murió, que escribía en 1922 que el gobierno ideal de todos los hombres reflexivos, de Aristóteles a Spencer, es aquel que deja al individuo en paz y que apenas parece que exista gobierno. Eso quiero yo, que no se note que gobiernas, pero estás ahí. Por eso, me parece muy bien lo que haces con los estados, las autonomías, como las llaman ustedes, que las estás implicando en el asunto del virus.

- Están colaborando, sí. [Risas]

-Bueno, ¿en este barco no se come? Me he despertado en el avión con un hambre terrible.

-Es una gran idea, Georges.

Vladimir hablaba en cubierta con Tamiko. El hombre que había roto el Banco de Inglaterra se acercó a ella y la cogió por la cintura y ésta le regaló la mejor de sus sonrisas. Beatriz, entonces, también, abrazó a su marido. Navegaban, a 17 nudos, en dirección al Estrecho y el viento se atrevía a azotarles los rostros vueltos a la ciudad de Málaga en la que se divisaba, cada vez más pequeña, la Catedral. A una distancia prudente, una embarcación les escoltaba.

Jorge Guillén nos había dejado por escrito:

Ya se acortan las tardes

ya se acortan las tardes, ya el

poniente

nos descubre los más hermosos

cielos,

maya sobre las apariencias

velos

pone, dispone, claros a la mente.

Ningún engaño en sombra ni

en penumbra,

que a los ojos encantan con

matices

fugitivos, instantes muy felices

de pasar frente al sol que los

alumbra.