La propia variedad intrínseca de la lengua, a veces la convierte en un concepto ambiguo. Esta circunstancia se da por su extendida participación multidisciplinar en el día a día del sapiens, multiplicada a lo largo de los tiempos.

Desde aquel órgano musculado dotado de sensibilidad que facilitaba la salivación, la masticación, la deglución y la fonación de aquellos primeros hombres ricos en sonidos guturales y pobres en palabras, hasta las múltiples acepciones del concepto lengua en la actualidad, algo ha llovido. Por cierto, ¿quién duda que fue la musculada lengua del Homo antecessor la que hizo posible el silbo gomero de aquellos silbosos guanches primigenios que hoy custodian sus herederos, los actuales tinerfeños?

Pues eso, que desde entonces hasta nuestros días, los diversos usos que generaron costumbres aconsejaron a la RAE intervenir y acogerlos concepto a concepto bajo sus alas, y desmenuzarlos y empollarlos y explicarlos. La RAE, entre otras funciones principales, tiene la de escuchar las palabras del pueblo y desmenuzarlas e incubarlas y explicarlas, para, a posteriori, bendecirlas --o no-- con su aprobación. Poco a poco, el concepto lengua se ha ido alongando y alongando hasta convertirse en un complejo concepto multidisciplinar atendido y estudiado por la fisiología, la laringología, la foniatría, la gramática, la literatura, la psicología, la neurología...

-¿Cómo andas de lengua?

En los tiempos actuales, si algunos de los habitantes del planeta fuéramos objeto de una pregunta como la anterior, necesariamente, nos veríamos obligados a demandar aclaración antes de contestar:

-¿A qué te refieres?

La lengua, como conjunto musculado, aparte de su función fisiológica relacionada con la alimentación y la fonación, cada vez aflora más como concepto relacionado con la actividad sexual del sapiens, ello, por su capacidad de activación de algunos neurotransmisores como la dopamina, la serotonina, la epinefrina, la oxitocina... en las fases del enamoramiento y por su capacidad activadora de la vasopresina y la oxitocina en la posterior fase más serena, la del amor.

De igual manera, la lengua como concepto, se extiende más y más tanto en su papel de estructura de la comunicación hablada y escrita de las tribus, como en la definición de los idiomas vivos y muertos, como por su cualidad de estructura del habla y como elemento diferenciador de los idiomas y los dialectos. La lengua, hoy, es un elemento vivo de esos a los que el moderno-modernismo-divino-de-la-muerte incluiría con gusto en el manoseado concepto de los 360º, que es una manera de explicar mediante números lo que no nos atrevemos a explicar con palabras. Un dolor.

Por haber, hasta hay lenguas de tierra que invaden la mar y lenguas de agua que invaden la tierra y lenguas de fuego que arrasan los bosques y lenguas que actúan como fiel de las balanzas y lenguas que transformadas en lengüetas facilitan el acomodo de los pies en los zapatos. Hay malas lenguas y lenguas viperinas y medias lenguas y lenguas largas y lenguas sucias y don de lenguas y lenguas de estropajo y lenguas de escorpión y lenguas de trapo y lenguas madre y lenguas maternas y ligeros de lengua y deslenguados y lenguatones y lenguaraces y lenguas hermanas y segundas y terceras y cuartas... lenguas. La lengua, en la actualidad, es un vasto universo de conceptos y saberes que la explicitan. Si no fuera así, es más que evidente, que ni yo estaría escribiendo este artículo ahora, ni usted, generoso leyente, lo estaría leyendo le llegue el momento.

De entre todas, la lengua más corita es la más húmeda, que es la más silente y la más entregada a lo suyo, que en algo contribuye al crecimiento poblacional. En su polo opuesto están las que dejó dichas Rafael de León en forma de verso en su Profecía: las lenguas de doble filo, que, entre todas, son las más rijosas y afiladas de entre las lenguas, especialmente en el perverso universo de la política en la que el doble filo, como principio inmutable, ya adquiere rango de morbosidad patológica. En este sentido, ha tiempo que guardo conmigo un pensamiento de Kierkegaard, el padre del existencialismo, que es en sí mismo una demoledora demostración del patetismo. Decía don Søren que «es irónico que sea precisamente por medio del lenguaje que un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje».

Impresionante: cada vez que rememoro este pensamiento del maestro Kierkegaard, me deprimo.