Don Camilo obtiene su anhelado Nobel de Literatura en 1989. Un decepcionado Graham Greene, a dos años de fallecer y demasiado izquierdista para una Academia virada por entonces hacia el conservadurismo de Knut Anhlund, emite un lacónico:

-¿Cela es él o ella?

El desprecio explícito del novelista inglés hacia un colega al que obligatoriamente conocía en cuanto viajero por las mismas alcarrias, se suma a una misoginia implícita, y tan habitual en el funcionamiento del Premio Nobel en todas sus categorías pero especialmente en las científicas.

Los Nobel de Física, Química y Medicina pueden premiar a un máximo de tres personas cada año. Esta restricción conduce a situaciones esperpénticas. Si un descubrimiento determinado tiene cuatro padres indisolubles, hay que esperar a que «el hecho biológico inevitable» elimine a uno de los aspirantes. Y hasta ahora mismo se ejecutaba otra regla inapelable, suprimir de la lista a cualquier aspirante femenina.

La cristalógrafa feminista Rosalind Franklin ha adquirido mayor notoriedad por su exclusión machista del Nobel más famoso de todos los tiempos, a Watson y Crick por la doble hélice de ADN, que si hubiera obtenido el galardón. Corría 1962, y Estocolmo no se había corregido desde entonces, hasta que llegó el año de la pandemia. El péndulo ha oscilado hasta casi alcanzar un equilibrio paritario entre los premiados científicos. Los daños colaterales consisten en que decenas de investigadores meritorios se quedan sin galardón, con el matiz de que ahora se posterga a hombres y mujeres valiosos con igual dureza.

Entre las víctimas de este año sobresale el microbiólogo español Francis Mojica. La ciencia no es un asunto de primera importancia en España, de ahí que en las universidades de dicho país no enseñe ni un solo Nobel. De existir una mínima inquietud, el patriotismo tan desvirtuado en otros territorios se hubiera encarrilado a denunciar la injusticia histórica cometida con el investigador de Alicante. El comité sueco otorgó el premio de Química a dos mujeres, Jennifer A. Doudna y Emmanuelle Charpentier, por haber desarrollado una técnica de paternidad atribuida casi unánimemente al español.

La P en la técnica CRISPR que ha revolucionado la edición genética proviene de Palindromic, y solo por introducir los palíndromos que subyugaban a Julio Cortázar en la nomenclatura científica habría que premiar a Mojica, que advirtió esta repetición simétrica en el material genético de microorganismos. Para calibrar la injusticia de su exclusión, cabe desoír de entrada a las voces españolas dopadas de corporativismo si no de coleguismo. Sin embargo, el rumor del escándalo se ha extendido a ámbitos internacionales, que también destacan la exclusión de un científico chino. Los héroes del CRISPR , publicado en la prestigiosa revista Cell, remacha el papel del postergado.

Antes de adentrarse en los argumentos de género, una precisión curricular. Las premiadas Doudna y Charpentier se mueven entre Berkeley, Harvard, el Instituto Max Planck y el Pasteur. Si quieres premios, conviene que montes instituciones de máximo nivel. Cabe precisar asimismo que ambas propulsoras del CRISPR obtuvieron juntas y sin aditamentos el Príncipe de Asturias. Y sobre todo, Estocolmo se avergonzaba con razón de que solo cinco mujeres hubieran obtenido el Nobel de Química desde 1901, frente a un tropel de 183 varones. Una proporción insostenible.

Esta hipótesis razonable pero no puesta a prueba científicamente ha encontrado un argumento que la consolida, en la parcela vecina a la Química. El astrofísico alemán Reinhard Genzel ha obtenido este año el?Nobel de Física por sus aportaciones al campo de los agujeros negros. El galardón fue obtenido conjuntamente por su colega, competidora y casi enemiga declarada Andrea Mia Ghez. De nuevo, esta investigadora estadounidense se ha convertido en la cuarta mujer que accede al premio después de ciento veinte años.

Con una sinceridad y desenfado que parecía desterrada de la ciencia, el galardonado Genzel reconoce abiertamente en una entrevista a Der Spiegel que su premio debió llegar años antes. Admite que hubo un momento en que su trabajo estuvo emparejado en calidad con el de Ghez, pero que hoy existe una distancia tan abismal a favor del alemán que «estoy personalmente convencido de que ella es la única razón por la que he recibido este premio». El precio de la paridad.

Una solución en vena estoica consiste en relativizar el galardón, aunque sea con una mueca de resignación. Dicha estrategia fue desplegada por Guillermo Cabrera Infante también en 1989, al enterarse del premio a Don Camilo:

-El Nobel y Cela, son tal para cual.