Hablar acerca de la eutanasia resulta tan arriesgado como posicionarse sobre cualquier tema en el que medie una trinchera entre dos bandos. Ningún columnista debiera entrar en tales jardines si lo que pretende es agradar y eludir la crítica ajena. Porque escribir sobre la eutanasia, mutatis mutandis, a efectos de reacción pública, resulta muy similar a opinar sobre los toros, el feminismo o la pena de muerte. Pero el pronunciamiento también se torna, en ocasiones, inútil, puesto que ni siquiera «los pocos sabios que en el mundo han sido» han sabido clarificar una postura eficaz frente a la infinidad de variables que pueden acontecer en el eterno debate sobre lo apropiado o inapropiado de gestionar el interruptor de la vida. Por mi parte, que no soy ni Platón ni Aristóteles, únicamente me atrevo a entrar en este lodazal a golpe de intuición, creencias y enarbolando el estandarte de la cautela: un arma imprescindible si pretendemos calibrar nuestro apagado voluntario de manera seria y más allá del mero hablar por hablar. Tan es así que me parece mucho más precavido adelantarme a los múltiples escollos, variantes y colores que bien pudiera plantearnos la casuística, antes que posicionarme radicalmente a favor o en contra. Quizá fuera preferible ir cercando el meollo de la cuestión con algunas líneas rojas e interrogantes previos, que nos permitan dilucidar, si no un acertado recorrido, al menos, aquellos lodos donde tenemos claro que no queremos pisar. Porque manejar el discernimiento desde la realidad siempre derivará en una conclusión mucho más acertada que la resultante de las eternas diatribas de lo abstracto desde las que pretendemos desentrañar si pesa más la libertad que la vida, o viceversa. Seamos francos: que la eutanasia no esté legislada no quiere decir que ésta no acontezca, ya de manera abierta, ya de manera encubierta. Y así bien pudiera parecer sensato partir de la reflexión de que una situación ajena a toda ficción no debiera ser objeto de lagunas legales, tanto más si, como es el caso, hablamos de bienes jurídicos como la libertad y la vida. A partir de aquí, las tres preguntas más evidentes y cuya respuesta debiéramos clarificar antes de dar cualquier paso son relativamente obvias: en caso afirmativo, quiénes, cuándo, cómo y bajo qué controles. No seré yo quien pretenda responder tales extremos, pero sí cercarlos desde algunas sensaciones, acertadas o no. No debiéramos olvidar que, si descendemos de las nubes en las que se moldean los textos de lo normativo hacia la tierra en la que todos yaceremos, nos daremos cuenta de que no siempre los potenciales usuarios de la eutanasia se presentarán como sujetos de total clarividencia, en plena posesión de sus facultades mentales y con un claro y elucubrado consentimiento sobre el fin de su futuro. Dicho de otro modo: muchos de estos potenciales usuarios, desde la frialdad del término, bien pudieran emerger de la cruda soledad como personas al límite, vulnerables, depresivas, sin facultades decisorias y, por ende, fácilmente desprotegidas e influenciables. ¿De qué modo, en su caso, se regularía la eutanasia en supuestos extremos si los sujetos objeto de la misma fueran personas sin entorno que, quizá, no tuvieran la capacidad de expresar una voluntad determinante a través de su indubitado consentimiento? ¿Dependerían estos casos de las instituciones del Estado? ¿Y quién vigilaría al vigilante? ¿No sería posible sostener un serio debate sobre el estado y las potencialidades de nuestras unidades de cuidados paliativos? Si bien resulta más que lógico cuestionar el mantenimiento prolongado de una situación irreversible que rayara en lo inhumano, igualmente se torna comprensible que la vía del final voluntario no deba tolerarse sin controles o garantías. Y tanto más, llámenme desconfiado, en aquellos supuestos en los que el vigilante o garante del bien jurídico protegido pudiera ser el mismo que elabora los presupuestos generales del Estado. Un garante que, además, es perfectamente consciente de que la muerte, como opción legal, siempre le resultará mucho más barata al sistema que cualquier otra alternativa de carácter paliativo.