Los dos generales del Ejército Popular de Liberación estaban en el balcón del último piso del Instituto de Virología de Wuhan. El mayor recordaba que en 2003, cuando se aprobó la construcción de la institución, ese mismo año la epidemia el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo), distinto al SARS-CoV-2 actual, impulsó la creación del laboratorio de bioseguridad para estudiar el control de nuevas enfermedades. Pero? habían pasado muchas cosas desde entonces.

-Están muy felices allá -señaló con su brazo derecho el otro general en dirección a la Ciudad Prohibida-. Solo tenemos que seguir haciendo bien las cosas.

-En Occidente no apuntan en la buena dirección. Trump armó un poco de jaleo, pero ya ha pasado todo.

-No hay que confiarse en cuanto al personal de laboratorio. Contrainteligencia está encima.

El laboratorio había sido diseñado y construido con asistencia francesa en virtud de un acuerdo entre ambos países. Ahora, la directora, la científica china Shi Zhengli, había dicho que estaba dispuesta a abrir las puertas de sus dominios para descartar las acusaciones de que fue allí donde se ideó y desarrolló este coronavirus. Los dos generales se habían opuesto desde el convencimiento de que era un paso atrás.

Wuhan, la capital de la provincia de Hubei, la ciudad más poblada -y eso era decir mucho en China- del centro de la República Popular, estaba ubicada también en la confluencia de los ríos Yangtsé y Han. Allí, en la ciudad, tuvo lugar el levantamiento de Wuchang en 1911, lo que ocasionó la caída de la dinastía Quing y el establecimiento de la República de China.

El general más joven sacó un cigarrillo de su pitillera de plata labrada y se lo ofreció a su camarada. Tenían perdidas sus miradas en la lejanía de la urbe donde se adivinaban las copas verdes de los árboles. Ambos sabían que en cualquier momento podían ser eliminados si alguien allá, en los laberintos del poder, consideraba que era mejor que desaparecieran.

Las barreras de contención primaria -como las cabinas de seguridad biológica y los recipientes estancos- habían fallado por falta de presupuesto, pero es que las otras medidas, de contención secundaria, que son las propias del diseño y construcción del lugar de trabajo como, por ejemplo, la construcción de espacios estancos con presión negativa, la instalación de elementos de descontaminación del aire de salida del local, los famosos filtros, de los residuos, de los efluentes, de los equipos o materiales (autoclaves, tanques de descontaminación químicas, etc.) y del personal (control de accesos, cambio de ropa, ducha), también habían fallado, uno o varios, sin que todavía se pudiera precisar cuáles. Eso era lo grave.

Y, además, se sabía que las necesidades de aislamiento tendrían que ser muy altas al trabajar con estos coronavirus tan peligrosos en su manipulación. No hubo la adecuada prevención de riesgos. Ellos no eran los responsables, habían llegado más tarde, pero daba igual.

Ahora estaban al frente de la contrainformación y la eliminación de pruebas del laboratorio. Pero seguían sin descubrir el origen de la fuga y eso siempre era un motivo de inquietud en cuanto a vivir un día más, pese a las medallas que lucían en sus pechos.

Entraron al despacho, hacía mucho frío aquella mañana de finales de diciembre de 2020. El mismo pájaro revoloteaba en las cabezas de aquellos dos mandos del Ejército. ¿Y si no hubiera sido una fuga accidental y ellos mismos fueran títeres de una maniobra más oscura de algún todopoderoso del Partido Comunista de China? La realidad siempre contiene distintos planos y los que viven en uno no conocen los otros y las piezas que se mueven en realidades distintas.

El general que habitaba entre aquellas paredes había leído en «Crimen y Castigo» aquella frase de Porfirio Petrovich, «ni cien conejos hacen un caballo, ni cien conjeturas una prueba». Pero esas palabras no eran el tranquilizante que necesitaba. Además, ¿no sería su camarada el encargado de eliminarlo si recibía la orden de una de las celdillas de la inmensa colmena del Comité Central? Se estiró la chaqueta verde oliva con su hilera vertical de botones y se ajustó el correaje del que colgaba la pistola, de fabricación soviética. ¿Y se hubieran sido los rusos? Luis Rosales escribió:

Sentí que se desgajaba

tu corazón lentamente

como la rama que al peso

de la nevada se vence,

y vi un instante en tus ojos

aquella locura alegre

de los pájaros que viven

su feria sobre la nieve.