Siempre mostramos un formato, esculpido día a día, pues el cerebro procesa, también del aspecto, lo que sí y lo que no (o sea, la moral externa) que nos dictan los otros. Pero eso lleva tiempo, y en las videoconferencias aún no hemos aprendido a ofrecer un fondo idóneo, una pequeña escenografía. Con el atuendo igual, gente que en su curro parecía disecada en terno y corbata de pronto teletrabajando se nos mete en casa, pantalla mediante, en mangas de camisa. Pero el mayor problema suele estar en los gestos. La cámara no solo es muy delatora por su precisión con los detalles, sino que en multiconferencia uno se relaja, y, si no anda atento aparecerá distraído o ido sin más, o mirando a las musarañas, o probando gestos mientras se ve en la imagen, o de pronto no está. Siempre cabe cerrar la cámara hasta que le toca a uno, pero ese afán de ocultación causa peor impresión todavía.